Pista 15: Flying without wings (03:36)

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Hoy me había levantado con algo de sueño, pero contenta porque anoche, algo que podía haber sido un completo desastre, por mi torpeza, no había tenido el desenlace terrible que ya me había imaginado, todo lo contrario me ha puesto un paso más cerca, de quizás, ser amiga de Amelia. Es cierto que me costó un poco dormirme, porque me fue imposible dejar de darle vueltas a todos los posibles escenarios que podían darse al día siguiente, cuando nos miráramos a los ojos.

Ahora tocaba verla, sin pantallas de por medio, sin la valentía que me daba el hecho de que no pudiera ver mi cara de pánico cuando me pillaba a contrapié y me soltaba algo que no me esperaba y eso ya era otro tema.

Un día más me encontraba en esta situación a la que al parecer tenía que empezar a acostumbrarme, los nervios continuos en el estómago cuando me tocaba rehabilitación.

Mi padre, después de desayunar, se fue cuando vino mi madre a hacerle el relevo. Antes de irse, me echó una mano con los ejercicios de logopedia y los estuvo haciendo conmigo, así que la estampa era muy graciosa, los dos ahí delante del espejo, poniendo caras y haciendo ruidos. Reconozco que me encanta hacerlos con él porque convierte esta tarea, que podría parecer algo tediosa, en algo muy divertido.

Cuando llegó la hora de bajar a rehabilitación, mi madre me bajó al gimnasio, con permiso del celador que vino a buscarme, porque le vio tan apurado corriendo de acá para allá, que se ofreció a bajarme ella misma. Cuando llegamos a la planta que nos indicó el personal del hospital, aparcamos allí hasta que alguien vestido de blanco me nombró y empujó mi silla hacía el interior de la sala. Mi madre se despidió agitando su mano y dándome ánimos.

El gimnasio era una zona muy amplia y muy luminosa en la planta baja del hospital. En ese espacio había muchos fisios y muchos pacientes, cada uno concentrado en su trabajo. Había por lo menos diez camillas, también había espalderas, lámparas de infrarrojos, poleas, pelotas, bandas elásticas, paralelas, escaleras...

Vi a Amelia salir de una sala acristalada y venir en mi dirección con una sonrisa. Intenté controlar los nervios y le devolví la sonrisa evitando que se me notara que me moría de vergüenza por lo de anoche.

—Buenos días, Señorita Gómez —dijo ella muy cortésmente.

—Buenos diass... Señorita....Ledesma —dije con la mejor dicción posible. Lenta pero segura, concentrada en la vocalización.

—Bueno, bueno, cada día me sorprendes más Luisita.

—¿Por? —Me asusté y dí un respingo, temiendo que ya había llegado el momento incómodo de hablar de la razón por la que anoche yo estaba en su perfil de Instagram, sin motivo aparente—. Bueno, yo...

—Porque se ve que te lo estás tomando muy en serio y se nota lo mucho que estás mejorando —me interrumpió.

—Gracias —acerté a decir mientras me volvía el alma al cuerpo, al darme cuenta de que no se refería a la pillada de ayer—. Tengo... que concen...trarme e ir des...pacio.

—Claro. Despacito y con buena letra, como diría mi madre.

Nos dirigimos primero a la zona de paralelas, era el momento de caminar con la gravedad en contra. Había empezado en el agua, que era lo más fácil; ahora tocaba enfrentarse a la realidad, porque por desgracia no éramos sirenas y nuestra vida se hacía en tierra firme.

—¿Te acuerdas de las cosas que había que corregir en el balanceo de tu pierna izquierda?

—Sí.

—Bueno, hoy va a ser un poquito más difícil que ayer, pero irá siendo más fácil día a día. Como siempre, yo estoy aquí contigo en todo momento así que no te preocupes.

Eternal FlameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora