Pista 25: Cal y arena (04:55)

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Aún no había sonado el despertador pero mi corcel ya había empezado a dejarme sus muestras de amor por toda la cara. Ayer no dejé bajada del todo la persiana de la habitación y la luz había debido despertar a mi compañero de cama.

—Buenos días, Bruc —le dije mientras le abrazaba y me acurrucaba con él un ratito más.

Remoloneamos unos cinco o diez minutos. No lo sé muy bien porque perdí la noción del tiempo. Sara no tardaría en llegar y debía darme prisa si quería salir a dar un largo paseo con Bruc y si además también quería tener preparado el desayuno para cuando ella volviera a casa. Salté de la cama y me metí en la ducha mientras Bruc me observaba, sentado entre el inodoro y el lavabo para no perderme de vista.

No iba mal de tiempo. Me vestí con ropa cómoda y me dirigí a la cocina para que se fuera haciendo el café mientras yo cumplía con mis obligaciones de dueña de un perro con mucha energía que agotar.

El mejor regalo que nos hicieron Natalia y Carlos cuando nos vinimos a vivir a este piso hace tres años fue, sin duda, la cafetera. Harta de las cafeteras de cápsulas que te hacen mil tipos de cafes que no saben a café de verdad, estaba completamente enamorada de nuestra cafetera. Cada vez que hacía café me sentía como cuando trabajaba los veranos en el bar de los amigos de mis padres. Molía café, vaciaba el porta, rellenaba el porta con café recién molido. Cuando me levantaba inspirada incluso podía hacerle a Sara un café con dibujitos en la espuma de la leche gracias al vaporizador. Quizás cuando volviera del paseo me sintiera una artista.

Dejé la cafetera haciendo su trabajo y me bajé con un nervioso Bruc que se moría por correr escaleras abajo. Dimos primero un largo paseo por un descampado, que no tardarían en urbanizar, a sólo un par de manzanas de nuestro piso. Allí ya había un grupo de papis y mamis. Saludé y le dejé jugando con un galgo, al que por mucho que él lo intentara, no podía seguir el ritmo. Era el compañero perfecto para que Bruc llegara a casa reventado y tranquilo. Al poco tiempo apareció corriendo Kira, una preciosa golden retriever que se acababa de mudar a la zona. En la estela de esta simpática perrita apareció su dueña. Habíamos coincidido en pocas ocasiones y no sabía ni como se llamaba, porque en el universo de los dueños de mascotas nos llamábamos con el nombre de nuestro perro, precedido de mamá o papá. Así que ella era la mamá de Kira, como el dueño del galgo que tenía a Bruc con la lengua fuera, era el papá de Coto. Les dejé jugar un rato más, ya que Kira había venido con mucha energía y se había unido a las carreras entre Coto y Bruc.

Miré el reloj y silbé para llamar a mi hijo, que en seguida frenó en seco y levantó las orejas mirando en mi dirección.

—Vamos, Bruc.

Vino corriendo agitado y supe que la misión estaba cumplida, se pasaría el día durmiendo.

Me despedí de los padres y madres de sus compañeros de juegos y me dirigí a paso rápido a casa. Miré el móvil para preguntarle a Sara por donde iba.

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Cariño, ya estoy de vuelta a casa después del paseo de Bruc. 09:48

Desayunamos juntas antes de irme? 09:48

09:49 No sé si llegaré a tiempo.

Un pequeño atisbo de decepción volvía a hacer aparición después de unos días en los que todo había ido bastante bien entre nosotras.

Pues te dejo a Bruc tranquilito para que no te de mucha guerra ahora cuando te acuestes. 09:49

No sé a que hora volveré. 09:49

Te aviso, vale? 09:49


09:50 Meli, mira detrás de tí.

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Eternal FlameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora