El exceso de luz que inundaba la habitación había conseguido despertar a Luisita. No había sido la angustia, tampoco el sonido de su propios gritos desgarrando el silencio; ni siquiera la sensación de agitación con la que se llevaba despertando ya demasiados días. No había conseguido dormir bien una sola noche desde que aquel monstruo despertó en su interior. Hacía más de una semana que sus sueños era una continuación de imágenes aterradoras que le impedían el descanso. Descubrir lo que ella misma trataba de decirse cada vez que cerraba los ojos había provocado un cambio en esas pesadillas. Habían dejado de centrarse en el golpe en sí y en cómo llegaba a él, y habían derivado en persecuciones a pie, en las que Luisita intentaba llegar a Amelia sin conseguirlo. Cada mañana se despertaba envuelta en sudor y con los músculos agarrotados, como si realmente hubiera estado corriendo para alcanzarla.
Sin embargo esa mañana era distinto. Parpadeó despacio, con pesadez, como si su cuerpo aún quisiera dormir un poco más. No era de extrañar que estuviera agotada, que incluso se negara a darle todavía los buenos días al sol que ya se había colado completamente en la habitación. Miró a su alrededor, contemplando el lugar donde se encontraba. La cortina entreabierta y la persiana a media altura habían sido su despertador aquella mañana de sábado. Se giró sobre sí misma y se le escapó una sonrisa al ver allí a Amelia, que continuaba completamente dormida. Recordó que se habían pasado toda la noche charlando. Incluso cuando se pusieron los pijamas y se metieron en la cama, siguieron hablando sin parar, refugiadas una en el cuerpo de la otra.
Empezó siendo la forma que encontró Luisita de desahogarse; abriendo su alma y desvelándose tal cual era, sin secretos o mentiras. Se había explayado hablando de aquellas Luisitas que habían conformado su vida, esas otras con las que ya no se identificaba pero que también eran responsables de la mujer que era ahora. Ya no quedaba nada de esa cría que no era capaz de reconocer lo que le pasaba, ni tampoco había rastro de la universitaria que prefería vivir una mentira antes de rendirse a las evidencias. Quizás tampoco había que remontarse mucho tiempo atrás para encontrar a esa misma chica, esta vez adulta, a la que le aterraba descubrirse en su mentira, que ya se había resignado a que las cosas debían ser así. Qué difícil nos lo ponemos muchas veces. Qué fácil parece luego, cuando lo ves con la distancia suficiente.
Apartó por un segundo todos esos pensamientos y se centró en el momento presente, que compartía con Amelia, que aun dormida era capaz de transmitirle seguridad y calma. Se incorporó ligeramente para mirar el despertador que Amelia tenía en su mesilla. Las 11:11. Sonrió al venirle a la mente, de manera automática, la frase «pide un deseo». Dejó pasar ese minuto sin suplicarle más a la vida. Tumbada de lado hacia ella, se limitó a disfrutar de lo que observaba, consciente de que su deseo más grande ya se había cumplido. Lo tenía delante.
Habían pasado unos minutos en los que la rubia se había quedado absorta, perdida en sus largas pestañas, en sus apetecibles labios, en el palpitar tranquilo de su cuello. El sonido de un teléfono rompió la magia. Sacó a Luisita del trance de quien contempla un hermoso cuadro por primera vez, boquiabierta con cada pincelada, maravillada con la luz que desprendía y la envolvía. Amelia, aún con los ojos cerrados, tanteó sobre la mesita de noche. Localizó, mediante el tacto, aquel artefacto que cada mañana le arrancaba de los brazos de Morfeo. Pareció frustrada cuando no consiguió su objetivo de acallar aquel ruido, y ya iba a abrir los ojos cuando la escuchó.
—Cariño, es el tteléfono.
La morena, aún un poco confundida, reaccionó lo suficientemente rápido como para incorporarse y atender la llamada antes de que se dieran por vencidos al otro lado de la línea.
—Ma... —carraspeó para aclarase la garganta. —Mamá.
Amelia sostenía el teléfono en su oído, mientras se frotaba los ojos con la mano libre. Se percató de la presencia de Luisita, que también se había incorporado y estaba sentada a su lado en la cama. Por un momento, Amelia había olvidado que Luisita había pasado la noche allí. Al verla se le iluminó la cara y no pudo evitar la sonrisa, que le salió sin querer, en cuanto sus ojos se encontraron. Acarició con el dorso de los dedos la mejilla de la rubia, que se mantenía en silencio mientras ella contestaba al teléfono.
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Eternal Flame
Fiksi PenggemarUn grave accidente cambia la vida de Luisita para siempre. Todo lo que había planeado en su ordenada vida se desmorona como un castillo de naipes y tiene que aprender a jugar con las nuevas cartas que le han tocado. La vida se ha guardado un as bajo...