Todavía puedo escuchar a Benigna hablar con mi madre, molesta por no haberle dicho que mi rehabilitación al salir del hospital iba a seguir la misma línea que cuando estaba ingresada: hidrocinesiterapia y trabajo en gimnasio.
—Manolita, no lo entiendo. ¿Por qué no me habéis dicho nada? Si no es porque le he preguntado a Pelayo en el bar, no me entero. —le reprochó.
—Ya lo teníamos solucionado con Amelia y no queríamos molestar —se justificó mi madre.
—Os dijimos que cualquier cosa que necesitarais podíais contar con nosotros —contestó la ofendida.
Benigna era de esas personas que formaba parte de la familia, no por compartir genes o por haber firmado un papel ante un notario o un cura. Tanto ella como Benito, su marido, llevaban en nuestra familia mucho más tiempo del que puedo recordar.
Cuando mis padres tuvieron a Manolín no dudaron un momento en convertir a ese entrañable matrimonio en sus padrinos. Puede que él fuera su ahijado, pero sin duda ellos sentían un cariño muy especial por mí. Sé que mi accidente lo sintieron en lo más profundo de su corazón.
Mis padres sabían de las buenas intenciones de Benigna y Benito, pero seguían siendo muy suyos para pedir ayuda o para aceptarla cuando se la ofrecían. Desde que a Benigna y a su marido les había sonreído la suerte con aquel Euromillón, no habían sido pocas las veces en las que el matrimonio se había ofrecido a ayudar a los Gómez. La más sonada fue cuando tuvimos aquel problema en el bar que casi nos obliga a cerrar. No aceptaron la ayuda en ese momento, igual que tampoco la aceptaron cuando Benigna se ofreció a acondicionar la casa para mi llegada. Ella terminó por enfadarse por no dejarla ayudar en lo único que sentía que podía hacer.
Benigna era una mujer muy fuerte y de mucho carácter. Se compensaba con la personalidad tranquila y bonachona de Benito. Formaban una pareja maravillosa, y se hacían querer por lo buena gente que habían sido y seguían siendo. El dinero no les había cambiado en lo más importante. Después de ganar aquel premio, Benigna y Benito se fueron a vivir a un casoplón a La Moraleja, donde se convirtieron en vecinos de jugadores de fútbol, cantantes, presentadores y hasta de la mismísima baronesa Thyssen. Ahora Benito pasaba su tiempo libre en el club de golf. Había descubierto lo mucho que le gustaba meter esa bolita en los agujeros del green y atravesar el campo en su coche de juguete, como él lo llamaba. La vida le había cambiado, pero no había perdido el norte, sabía perfectamente de dónde venía; por eso seguía pasándose los jueves por El Asturiano, donde mantenía la costumbre de jugar al mus con sus amigos de toda la vida, al igual que Benigna, que seguía quedando con sus amigas del barrio. Mantenían los pies en la tierra.
La casa donde vivían, aunque llamarla casa era un menosprecio a la majestuosidad de esa construcción, contaba con spa, piscina exterior, piscina climatizada interior, gimnasio, sala de cine, pista de pádel... Cualquier cosa que quisieras que tuviera una casa, esa lo tenía. Por eso cuando se enteró de cómo había transcurrido mi primer día fuera del hospital, sintió herido su orgullo en lo más profundo.
—Pues no se hable más. A partir de ahora la rehabilitación la hace en casa. Benito y yo estaremos encantados de recibirla, a ella y a Amelia.
—Benigna, de verdad que no hace falta.
—Manolita, por favor, no hagas que me enfade. No voy a permitir que teniendo yo un sitio adecuado para Luisita, tenga que ir a un gimnasio atestado, cuando tiene las puertas abiertas de mi casa, que también es la vuestra. No va a encontrar otro sitio más tranquilo y donde pueda trabajar sin tener que aguantar a un montón de gente molestando e interrumpiendo.
Amelia se había despedido hacía menos de diez minutos, cuando entraba Benigna hecha un basilisco, después de pasar por el bar, donde había estado hablando con mi abuelo. Intentar llevarle la contraria a esta mujer era una tarea difícil, casi imposible. Puede que mis padres ganaran las anteriores batallas, pero en esta ocasión no iba a irse de allí con un «no» como respuesta.
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Eternal Flame
FanfictionUn grave accidente cambia la vida de Luisita para siempre. Todo lo que había planeado en su ordenada vida se desmorona como un castillo de naipes y tiene que aprender a jugar con las nuevas cartas que le han tocado. La vida se ha guardado un as bajo...