Pista 39: El pensamiento circular (05:44)

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Luisita no había vuelto a saber nada de Amelia después de su último mensaje, aquel en el que le ponía todas las cartas sobre la mesa y le pedía aclararse respecto a lo que quería o esperaba de ella. Por otra parte, había continuado con Natalia su rehabilitación y cada día se sentía más cómoda con ella. Lamentaba la forma en la que se había comportado con la amiga de Amelia desde un principio, pero le alegraba saber que nunca le culpó por ello; al contrario, siempre intentó acercarse, dándole su apoyo cuando estuvo más hundida.

El día siguiente a aquel mensaje, después de confesarle lo que estaba dispuesta a hacer y lo que no, le pidió a su nueva fisioterapeuta que no volviera a sacar el tema de Amelia. Le contó lo que había hecho el día anterior, cosa que ella ya sabía de sobra, porque había hablado con su amiga, y le informó de su intención de pasar página, si eso es lo que Amelia quería, y que lo último que le hacía falta era seguir acordándose de ella cada vez que la nombraran. Es cierto que no necesitaba que se hablara de ella, para que su imagen viniera a su cabeza constantemente. Pero eso ya le pasaba estando sola consigo misma; no quería que también ocurriera cuando estaba con otras personas, los únicos momentos en que podía evitar esos pensamientos que le perseguían y no le dejaban estar todo lo bien que deseaba.

Se preguntaba si había hecho lo correcto. Sabía que sí, pero muchas veces le atenazaban dudas y cogía el teléfono para escribirle, porque la echaba de menos. Hacía más de una semana que no la veía, que no escuchaba su voz. En este tiempo, sólo aquel par de mensajes que hicieron daño a una y a otra.

Días atrás, María le había preguntado a su hermana si quería mudarse con ella y su marido, y así poder estar con las gatitas. En un principio se pensó que, cuando Luisita estuviera instalada con su familia, podrían traerlas. Pero la verdad es que eran muchos ya en casa y añadir a dos animales a la familia, podría resultar demasiado. La idea de su hermana le gustó; al fin y al cabo, vivían muy cerca y era una buena opción. Por un lado, echaba de menos a sus gatas, y por otro, no quería ser un quebradero de cabeza para sus padres, que ya necesitaban poder retomar su vida.

—¿Aún no les has dicho nada a papá y mamá? —preguntó María.

—No sé cómo hacerlo. No quiero que pparezca que me quiero ir de casa —respondió Luisita un tanto insegura.

—Te entiendo, pero creo que es lo mejor, tanto para ti como para ellos.

—Lo sé, pero es que no qquiero decepcionarles o parecer desagradecida.

—Papá se va a poner un poco moñas, pero en casa sois muchos y en la nuestra vas a estar fenomenal, ya verás.

—¿Seguro que no os voy a molestar?

—No digas tonterías, ya te dije que había sido idea de tu cuñado. Así que está encantado.

—Nacho es un amor. —Sonrió la pequeña.

—Ya sabes que te quiere mucho. Eso sí, está terminantemente prohibido que habléis de trabajo. No quiero que aprovechéis para meter el curro en casa. Tú no estás aún para pensar en eso.

—No tengo ninguna intención de hablar de trabajo. Aunque hace poco estaba pplanteándome volver, ya lo he descartado completamente.

—Aún estás recuperándote. Ni se te ocurra, ¿eh? Prométemelo.

—Palabrita del niño Jesús.

—¿Entramos en esta tienda? A mí ya sólo me faltan un par de regalos. ¿Y a ti? ¿Luisi? —María giró la cabeza a uno y otro lado, buscando a su hermana que se había quedado rezagada mirando un escaparate más atrás.

Luisita estaba delante de una joyería, contemplando las piezas que brillaban al otro lado del cristal.

—Avisa, Luisi, que estaba hablando sola —reprendió a su hermana en cuanto llegó a su altura.

Eternal FlameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora