CAPÍTULO 7. EL SUEÑO DE UN HOMBRE

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El alba estaba clareando, y el sol iluminó el mundo con su hermosa luz fogosa y radiante. Zac se despidió de sus padres, Adam y Evelyn, y de su hermana Susan, diciéndoles que iba a trabajar.

—Adiós. Volveré a las ocho.

Se acercó entonces a sus amigos, los hijos de los campesinos que seguían haciendo el mismo trabajo de sus ascendientes, esto es, labrar la tierra día tras día y les dijo, como anunciando que había gestado algo genial:

—Chicos, he logrado persuadir a L de que se quede unos días en Oscura Chicago.

Tom se llevó una mano a la faz, enjuagándose las gotas de sudor que le caían por ese lugar.

— ¿A la Cazadora? Tío, tú estás loco.

— ¿Estás intentando hacerte un timador profesional? —le interpeló Jake, y a continuación tomó oxígeno de su inhalador.

Debido a la condición asmática heredada de su madre, desde niño le había costado respirar.

—No, eso no es así. No lo malinterpretéis. Le he dado 200 dalas.

David, el más impulsivo y arrollador de los cuatro amigos que fueran, al oír esta sorprendente declaración hincó la pala en la tierra, farfullando en dirección a Zac.

—Pero serás cabroncete, Zac... ¿Le regalas dinero que necesitamos nosotros para salir adelante a esa mujer? Ni siquiera te lo agradece, a ella no le importamos nada.

—No es cierto lo que dices, Dave, no te alteres —replicó el joven frunciendo el ceño—. Ella me salvó la vida. Y tal vez permanezca en la aldea.

— ¿Tú te has golpeado la cabeza, colega?—Tom lo agarró de la camisa rajada—. No nos fiamos de ella y ella tampoco de nosotros. ¿Por qué te crees que los Cazadores son tan temidos?

Lo soltó y Zac se fue a coger su azada y su hoz, dando traspiés como si estuviera borracho.

—Esos tipos escalofriantes son muy extraños —agregó Jake, cavando en la tierra—. ¿Qué os parece si cambiamos de tema?

—Éste es mi sueño —dijo Zac, inmutable—. Y no lo cambiaría por nada en el mundo.

Entre murmullos de excitación, los muchachos siguieron trabajando hasta el hartazgo. Caía la noche cuando cada uno regresó a su vasa.

Y al localizarlo, Susan le preguntó, puesta en el umbral con los brazos en jarras:

—Hermano, deberías dejar a esa cazadora en paz.

—No sé a qué te refieres —musitó él, esquivando sus fintas.

Entró a la cabaña, y empezó a quitarse el abrigo y los guantes. Susan se dirigió a él.

—Padre y madre lo dicen por tu bien. ¿De verdad piensas que ella es la mujer que buscas?

Zac no le habló en todo el rato que estuvieron juntos, ni al comer compartió sus pensamientos y reflexiones con sus familiares. L significaba para él el rayo de esperanza que necesitaba. Y nadie se lo arrebataría. El sueño que alimentaba en sus vigilias interminables. Porque todo hombre tiene derecho a soñar.

Cazadora de Vampiros LDonde viven las historias. Descúbrelo ahora