CAPÍTULO 12. LOS SECRETOS DE LAS PERSONAS

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Susan se levantó aquella mañana de su catre, se peinó frente al espejo torcido que había frente a la pared descascarillada por la humedad y se calzó los zuecos. Adam estaba afuera de la choza desayunando habas verdes con huevos cocidos y le indicó a su hija que se sentara junto a él.

—Come, Susan. Te vendrá bien.

—Gracias, padre —ella bendijo la mesa y luego comió, como ellos tenían por costumbre.

Había que agradecerle a la Providencia que velara por ti y por tus hijos, al menos eso creía ferviente Adam, pues él era un hombre entregado a la fe cristiana, como lo habían sido su padre y su abuelo y su bisabuelo antes que él. Las creencias les permitían sobrevivir en un mundo hostil, cuarteado de dolores y laceraciones por todas partes. Pero eso constaba de un reverso oscuro: si algo trágico les sucedía, siempre responderían la típica frase de "Dios lo había dispuesto así" o "Pepito está en un lugar mejor", cuando era imposible saber qué ocurría cuando la gente se muere. Y ellos se aferraban a las palabras de los santos y confiaban en la venida de los ángeles. La fe, como la esperanza, es inestable y dudosa y puede perderse en cualquier momento y por cualquier razón.

En lo que atañía a Zac, él estaba rememorando fragmentos de su pasado a fin de que el sufrimiento de haber perdido a L no lo asaltara de nuevo, dejándolo roto y desconsolado.

—Recuerdo la ocasión en que nos metimos en una cueva —dijo David, riéndose— y Jake dijo que saliéramos porque podrían venir los vampiros. Te pusiste a chillar como un auténtico chiflado.

—Claro, porque se transforman en murciélagos y lobos y te chupan la sangre sin piedad —respondió su amigo, al parecer ofendido porque David se lo estaba tomando a risa.

—Yo me acuerdo con todo lujo de detalles del año que encontré la bicicleta herrumbrosa —sonrió Zac, y el color le retornó a la cara al recordar esos cálidos años de su niñez—. Yo estaba montando todo el día, pero mi padre no quería, porque decía que si me hería con ella podría contraer una enfermedad llamada "tétanos", y eso en verdad me asustó mucho.

— ¿Y os acordáis de cuando vimos ese tren antiguo parado en las vías? —comentó Tom, y los cuatro asintieron al unísono—. Oh, fue genial cómo nos metimos dentro y jugamos fingiendo que éramos los maquinistas...

Ya que a él le gustaba Susan, se alegraba de compartir esas memorias con ella. Y Zac estaba al tanto de esto.

—Eh, chicos —la chica llegó al encuentro de los jóvenes, habiendo recogido la guadaña que le servía con el propósito de quitar las mieses en mal estado—. ¿Sabéis que hubo aviones aquí, hace más de mil años? Seguro que tuvo que ser una pasada volar por el cielo, como las águilas o los halcones. Lástima que ya no quede nadie para contarlo.

Y concluyendo la conversación, se pusieron a trabajar, recogiendo el trigo y la cebada, cereales indispensables en su alimentación, y entonces Zac cayó en la cuenta de que efectivamente L podría recordar todo el mundo que existió en el pasado. A fin de cuentas, ella había visto y conocido de los inventos de la humanidad y de su progresivo decrecimiento y descenso a la cuasi extinción y la esclavitud que vino después.

—L sabe acerca de todo lo que sucedió en el Viejo Mundo —dijo seguro de sus palabras, clavando el tridente en la tierra, con más impetuosidad de la que pretendía en un principio—. Ella me contó que antes los seres humanos teníamos perros y gatos y todo tipo de animales que eran nuestras "mascotas".

—Guau, yo querría haber tenido uno de esos animalitos —prorrumpió Tom con energía.

Susan meneó negativamente la cabeza.

—Zac, tienes una obsesión malsana con esa mujer. Deberías olvidarte de ella, puesto que no la encontraremos más. Te va a corromper y consumir la salud, ¿lo entiendes?

—Yo... Puedo explicarlo... —Cuatro pares de ojos se hincaron amenazantes en su figura reclinada, intimidándolo.

— ¿En serio que puedes? Me gustaría oír tu maravillosa explicación —dijo una voz suave y melodiosa, de timbre indudablemente femenino y bastante familiar para ellos y sobre todo para Zac.

El joven se giró, nervioso como el conejo que se ha topado con el zorro e intuye por instinto que su depredador lo destripará si da un paso en falso y no se cuela en su madriguera.

—Hola... L... Qué sorpresa verte de nuevo por aquí... ¿Estás paseando? —alzó la vista al cielo, fingiendo un tono casual, pero ya hablaba una octava más bajo, notando que se había equivocado, que había metido la pata en el fango—. Hace un bonito día.

—No me vengas con esa mierda de niño inocente que nunca ha quebrado un plato —le espetó Manos, furibundo—. No finjas que te has quedado desmemoriado, porque te conoces y sabes de lo que eres capaz. Y has enfadado a L, niño.

— ¿Acaso no vas a tratar de justificar tu comportamiento?

L lo miraba con una dureza tal que Zac quiso que la tierra se lo tragara. Y se decidió a afrontar la verdad.

—Si puedes perdonarme... Te juro que yo no tengo intención alguna de herirte ni nada parecido... Fue un maldito desliz...

— ¿Qué es lo que has hecho ahora, hermano? —resopló Susan, vuelta hacia él.

No obstante, Zac solamente tenía ojos para la Cazadora en ese instante tan angustioso.

—No sé con qué puedo compensártelo...

—No metiendo las narices en mi vida ni mis obligaciones harás lo correcto —le contestó ella, más calmada ya porque el muchacho se había armado de valor y había logrado disculparse—. No te olvides de pagarme lo que te queda.

—Claro que no me olvidaré. Jamás —afirmó Zac, y se acercó a ella, balbuceando emocionado—: Eso significa que... ¿Me has perdonado?

—De momento estamos en paz —dijo L con el idéntico volumen plasmado en sus cuerdas vocales—. Compórtate y no te distraigas de tus labores. El ocio trae vicio al hombre, y que sepas que no dejaré que me ofendas otra vez.

Y ella se marchó, y la aflicción volvió a pesar en el corazón y la mente de Zac, y él se quedó nublado y tieso, temiendo que L no le permitiera traspasar las murallas, los recovecos de su férrea coraza. Aun así, y por muchas trabas que le colocara el destino, se esforzaría por enmendar sus incontables errores y volver a ser una persona en la que la dhampir pudiera depositar sus secretos. Aunque le dolía en el alma que ella hubiera descubierto el suyo.

Cazadora de Vampiros LDonde viven las historias. Descúbrelo ahora