CAPÍTULO 2. ZAC

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L se apostó por detrás de él y antes de que se apercibiera de que se encontraba ahí, tras de su persona, le susurró:

—Será mejor para ambos que te deshagas del arma. Mantengamos una conversación civilizada. Te aseguro que no pienso hacerte daño.

Él dio un respingo y volvió a apuntarla, inflexible, pero esta vez Luce no transijo y se la arrebató, mandándola al suelo, en donde se quedó estampada.

— ¡¿Qué, qué diablos eres?! —chilló el muchacho presa del espanto, y en sus ojos vio ella que guardaba ganas ocultas de batallar.

—Soy L —respondió ésta de forma educada—. Y tú eres...

El joven se alejó de ella, poniendo una mano delante de su rostro, a fin de protegerse, y dijo:

—No, yo no voy a fiarme de ti. ¿De dónde vienes? ¿Y cuál es tu propósito?

—No te incumbe —dijo L con frialdad—. Podría preguntarte lo mismo a ti. ¿A qué has venido?

Ella sabía que intentaba coger su arma de nuevo y pensaba matarla en vez de salir huyendo con el rabo entre las patas. Tenía agallas, lo reconocía, mas le estaba haciendo perder su preciado tiempo. Así que juntó la mano en un puño y pulverizó el rifle, que se redujo a un montón de cenizas ante la incredulidad que gobernara al muchacho. Éste no se lo podía creer. ¿Qué acababa de suceder? Se volvió a ella, hirviendo de ira y de miedo a partes iguales.

— ¿Qué has hecho? —le preguntó.

—Lo he destruido. ¿Es que no lo ves?

— ¿Cómo? —él estaba ansioso por saber la verdad.

L meneó el cráneo, exhalando un suspiro. Los humanos siempre serían unos curiosos insoportables, daba igual en qué época vivieran. Lo llevaban inscrito en su secuencia de ADN, indisoluble, como si estuviera tatuado a fuego.

—Con magia. Claro, los humanos ya no usan magia en este mundo. Antes había magos, gente que usaba la magia para crear cosas irrealizables hoy día. Cosas que os parecerían absurdas a vosotros los esclavos —constató decepcionada que esos alegres tiempos se habían diluido en el espacio, destruidos por la sed de avaricia del hombre, que seguía tropezando y equivocándose en su lento y torpe camino a la evolución.

—Ya no sabéis lo que son los televisores, las piscinas y los clubes nocturnos —dijo en ese momento, solo para ver cómo el muchacho se quedaba perplejo.

— ¿Qué son todas esas cosas? —preguntó el joven.

—Objetos y conceptos de un mundo olvidado, del imperio perdido de la humanidad que ya no importa —repuso Luce con faz inexpresiva.

—No entiendo nada —el muchacho resopló, atolondrado—, pero me suena a cosas legendarias de las historias que me contaban mis abuelos cuando era pequeño. Algo de los años 2050 y siguientes, del deterioro del clima, las epidemias mundiales y los viajes a otros planetas. Me parecen puras fantasías delirantes que no son prácticas en lo absoluto.

—Todo eso es consecuencia de la estupidez humana, por tratar de doblegar a la Madre Naturaleza, y ella le ha dado una lección, quitándole las cosas que le eran preciadas y mostrándole que no estaba evolucionando sino para atrás, lo que se llama involucionar. Las constantes medidas de salvar la Tierra no frenaron el deterioro, y millones de personas murieron en un declive catastrófico, por la mala gestión que hicieron de los recursos que Ella les había brindado. No podéis culpar de vuestra desgracia a otros más que a vosotros mismos. Sois los que habéis talado los bosques, matado animales hasta que se extinguían, llenado de plástico los océanos y quemado las reservas naturales del planeta. Pensasteis, en vuestro furor enloquecedor, que erais los dueños del planeta. La Naturaleza no pertenece a nadie, más que a sí misma. No es de vuestra propiedad en absoluto. Es un organismo vivo y libre (y siempre lo será), y vosotros, los humanos insensibles y egoístas que sois, empezasteis a encadenarla, a torturarla, a infravalorar a la diosa sagrada que dio origen a todas las cosas, a la luz y la oscuridad, y a vosotros como especie por añadidura, y ya se acabó el equilibrio que había regido el mundo. Rompisteis los lazos con ella, y se enfureció sobremanera, por consiguiente. La rechazasteis y tratasteis de dominarla, de que se inclinara a vuestros pies. Habéis recibido el daño proporcional a todo el que habéis dado. Este es vuestro castigo. La Tierra destruida de estos momentos no tiene más remedio que ser gobernada por otros seres, como los vampiros, que le harán más bien que mal. Fuisteis muy egoístas y creísteis que podríais hacer lo que quisierais con la vida sin que esta preparara su contraataque. Sois carne de extinción.

Él la miró enmudecido, sin osar pronunciar palabra alguna en su contra.

—Vale. Ya veo. Eh, bueno, buena historia... Pero... Tú... ¿de dónde vienes y porqué sabes todo eso?

—Tengo muchos más años de los que podrías imaginar. He vivido 100 siglos, o sea, 10, 000 años en edad vampírica. He visto muchas edades de los hombres, he sido testigo de cosas infames que han gestado y otras más bondadosas e interesantes... Y nunca he parado en mi caminar. Siempre he estado ahí, aunque no pudiera ser vista, viviendo en la sombra de las ciudades, pululando en las esquinas de los huecos que encontrara por doquier. Soy una dhampir, una cazadora de vampiros, y aunque ayudo a la humanidad, mis acciones son de carácter desinteresado y deben ser pagadas por un módico precio. Nada más voy a decir, me reservo mis secretos.

—Soy Isaac, pero puedes llamarme Zac. Eh, L. ¿Has dicho que eres un Cazador? —la miró con los ojos como platos, brillando de expectación que saltaba a la vista.

—Sí, lo soy. Cazo vampiros, pero siempre lo hago por un precio, y dudo que tú o tu familia tengáis algo de dinero con lo que pagar mis servicios.

Zac se decepcionó de inmediato.

—Sí, entiendo, en ese caso...

—Voy a entrar a esta sala —dijo L, y se volteó en redondo al otro lado, dejando a Zac con la palabra en la boca.

Apoyó ella acto seguido la uña pálida en la hendidura, con lo cual la pantalla se encendió destilando una fogosa luz de neón, y una voz robótica dijo en el acto:

—Por favor, introduzca sus datos biométricos.

L así lo llevó a cabo, adueñada de la precisión de un autómata, posando su huella dactilar en el detector robotizado, y la puerta se abrió finalmente, dando paso a una sala que estaba llena de frascos, de probetas y demás material digno de un laboratorio de investigación. Zac trotaba detrás de ella, aún en guardia.

— ¿Qué estás investigando?

L se lo quedó mirando durante unos cuantos segundos. Le recordaba a Mateo, un amigo que había tenido hacía muchísimo tiempo, cuando aún era la Edad Media, y con el que había cazado a una perversa vampira de nombre Carmilla, conocida por su famoso sobrenombre la Dama Roja. Mateo estaba aquejado de una extraña enfermedad degenerativa que lo había dejado postrado en una cama de por vida, pero era muy amable y bueno. Pero Mateo estaba muerto, y con él murió su lejano recuerdo.

Volvió al presente al escuchar la voz algo grave de Zac, que la sustrajo de sus recuerdos más íntimos tras profundizar en ellos, y la devolvió a la realidad extraña y ajena que viviera en esos instantes concretos.

—Sígueme y mantente callado, ¿me harías el favor? –dijo secamente.

El muchacho asintió y tragó saliva, adentrándose en la estancia silvestre, plena en musgo, lianas y más floresta, de paredes desconchadas y ajadas, y muebles que habían sido roídos por los roedores que hacía muchos años se habían apoderado de ese complejo.

Cazadora de Vampiros LDonde viven las historias. Descúbrelo ahora