CAPÍTULO 17. EL SOL ES BUENO PERO QUEMA

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Medianoche no se demoró en dejar a su ama y compañera fiel en las lindes de las montañas, unos cuantos kilómetros alejada de Oscura Chicago, en donde peligraría la vida de las personas. Permitir que Zac se le aproximara había sido un crimen imperdonable; sobre todo desde que se diera cuenta de que él la atraía de un modo inexplicable y graciosamente entrañable. La única manera de que los humanos estuvieran a salvo era alejándose de ellos.

El sol la estaba lastrando, su físico se sentía laxo y cansado, y L buscó refugio en la sombra de los viejos robles en la ladera de la montaña. El día lucía precioso y tranquilo, con las avecillas surcando el cielo de un azul bruñido y tonificado y poniendo sus nidos en las ramas de los árboles. L se sentó en el suelo, las piernas le pesaban como si se le hubieran vuelto de plomo o de otro metal pesado, y le costaba horrores mover los brazos. Supo que tenía que enterrarse; no le quedaba otra opción.

—No es seguro que te entierres en este lugar —la avisó Manos—. Hay un montón de fieras que rondan por estos silvestres parajes, y estarás enormemente desprotegida ahora.

—No me queda más alternativa —replicó ella crispando los dientes, rellenándose de tierra húmeda y quedándose poco a poco llena de mayor laxitud a medida que la enfermedad cundía expansiva por su cuerpo, descargando sus múltiples alfilerazos—. Entiendo que ese descontrol que he protagonizado anteriormente se debía a que estoy nuevamente enferma.

—Tranquila, colega —la tranquilizó Manos todo lo que pudo y más—. Puedes con ello, eres más dura de lo que tú misma te consideras.

—Gracias por protegerme —le sonrió ella; fue un trazo débil en su cara pálida cubierta de sudor—. Tú nunca me fallas.

—Jamás, L. Jamás te dejaría sola, es una promesa —murmuró él.

A la mañana siguiente, nada había cambiado. L seguía teniendo laxitud en toda su fisonomía y estar enterrada hasta la barbilla no ayudaba para nada a que su progreso se hiciera efectivo.

Por su parte, Zac la buscaba desesperadamente, preguntando a sus amigos si acaso la habían divisado por alguna parte. Todos lo negaron. Él se estaba desanimando, creía que la había perdido para siempre.

—No, no hemos visto a la famosa Cazadora de Vampiros L —negó Tom, y se cruzó de brazos, estudiándolo—. No comprendo porqué te interesa tanto. ¿Acaso te quitas de en medio para ofrendarle tu dulce compañía?

—Aquí hay mujeres mejores que ella —trató de persuadirlo David, plantando los boniatos y las cebollas. Se sacudió tierra de las manos, alzando el cuello hacia él—. Colega, ya va siendo hora de que la olvides. ¿Realmente ella es tan relevante para ti?

—Lo es, y sospecho que le ha pasado algo grave —refutó Zac el argumento de sus amigos del alma, moviendo sus manos en crispación.

—Deja atrás tus fantasiosas tonterías. Deberías mantenerte lejos de ella, es una mujer peligrosa y que daña a todos los que la molestan. ¿O no recuerdas lo que te hizo? —Jake sorbió de su inhalador, mecánico y calmado—. A nosotros no nos importa lo que le suceda.

—Me da igual lo que digáis —se enfadó Zac, airado por que no lo tomaran en serio.

— ¿Por qué tienes que ir contracorriente? —se quejó David—. Estás tarado, Zac.

—Ella lo ha hechizado, estoy cien por cien convencido s—uspiró Jake, desolado—. Lo ha obligado a beber una pócima del amor o algo por el estilo.

—Es una bruja mala malísima —resopló Tom, haciendo aspavientos a su amigo—. ¿No has caído en la cuenta de que no tiene emociones?

Él, resoplando con viveza, se marchó, dándoles la espalda. El rocío del alba cubría las flores y la tierra de una perlada agua cristalina, y L se mantenía inmóvil, clavada en su sitio, sin que nada alterara el curso de sus días monótonos, convertida en una presa fácil y una inerme mujer que no poseía manera de establecer una férrea defensa. Zac la encontró tras unas horas de vagabundear por el bosque, queriendo desahogarse.

— ¡L! ¿Estás por aquí, por casualidad? —la llamó, pero nadie respondió.

Desalentado, Zac se rindió a la evidencia de que no hallaría rastro de ella hasta que olió la tierra levantada. Experto en los estímulos y los olores naturales, dado que su crianza había sido totalmente campestre, Zac reconoció el olor de la tierra fresca y la halló, debilitada y sin poder moverse ni un milímetro.

—Por Dios, L, ¿qué te ha pasado?

—Es un milagro que me hayas encontrado —dijo ella, sorprendida— si lo pones en esos términos. Pensaba que nadie me encontraría. Y tú haces lo que ningún otro ser humano se atrevería a gestar.

Zac se agachó, palpando la tierra. Sus uñas cortas se le ensuciaron.

—Todavía está con signos de haber sido mojada. Llovió ayer por la noche. ¿Tú te has mojado?

Corrió hacia ella, tocándole la frente.

— ¡Por todos los santos, si estás ardiendo! —Se levantó, escaneándola preocupado—. Esto no es como la gripe o el resfriado común, ¿a que no? ¿Qué es lo que te aqueja?

—No tienes porqué inquietarte por mi estado —repuso ella calmadamente—. Sé cuidarme sola. Márchate y no vuelvas.

—De eso nada —contraatacó el joven, obstinado, poniéndose en cuclillas, y sin cortarse un pelo, la apuntó con el dedo—. Escucha lo que te digo: has enfermado, y gravemente, además. ¿Qué clase de dolencia es ésta, que te aísla y te obliga a enterrarte?

—Al ser una dhampir, padezco el Síndrome de la Luz Solar —le aclaró L, hablando lenta y entrecortadamente—. Afecta a la mayoría de los dhampires cada tres meses. Por mi experiencia y mi constitución más trabajada suele afectarme una vez cada cinco años. Viene inesperada y cruelmente, ni siquiera Manos puede predecir cuándo acontecerá. Estos periodos de inactividad se prolongan durante semanas o meses. Soy un peligro viviente, no es bueno que me cuides.

—O sea, que es un reverso tenebroso de tu naturaleza mestiza reflexionó Zac—. Voy a cuidarte, lo quieras o no. De día y de noche.

—Eres un ignorante, pues no sabes a lo que te arriesgas —le espetó L, descubriendo sus colmillos albos—. Podría matarte, ¿comprendes?

—Lo importante ahora es cuidarte. El deber de vigilar a los demás es más poderoso que mi propia vida. Como hermano mayor, lo conozco a la perfección. —Zac le plantó un beso en la frente a L, ella abrió los ojos, dilatando sus pupilas rajadas—. Correré ese riesgo. Por ti yo hago todo lo que sea necesario.

—No lo dices en serio —ella contrajo el rostro, gimiente.

No obstante, Zac la cuidó como había prometido, resguardándola del sol, y luchando por ella diariamente, incluso cuando estaba exhausto y hambriento, o cuando debía ir al trabajo.

—Te lo mereces, L. Y aquel que no te ame es un imbécil —dijo él, en la vigilia de una semana después—. Montaré guardia y ni los tigres podrán conmigo.

Sus valientes palabras no escatimaron el hecho de que dos horas después había echado una ligera cabezada, aun así, seguía envarado como un palo, más leal que el perro mejor educado.

L se enamoró de Zac al cabo de ese tiempo, pues entendía que él le había dado todo lo que él poseía pese a que quizás no tenía motivos para llevar a cabo tales acciones solidarias. Ése era el precio de los momentos que vivió con él, y a partir de esa noche, tuvieron un significado. Y una emoción más grande que L la impulsó, impeliéndola a empezar de cero.

Cazadora de Vampiros LDonde viven las historias. Descúbrelo ahora