CAPÍTULO 16. LUJURIA DE SANGRE

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— ¿Te agrada este lado? —interpeló Zac a L.

—No está del todo mal —respondió ella, y Medianoche se giró, topándose con el muchacho.

—Creo que nos caemos de maravilla —se alegró él, acariciando al caballo, que relinchó expresando su aprobación—. Acampemos, pues.

—Aunque no has traído comida, chico —lo regañó Manos—. Qué vergüenza.

—Lo siento, con todo el jaleo del funeral se me había olvidado —se disculpó Zac, pasándose una mano por el cráneo.

—Te sienta bien el traje —lo halagó L, y a él se le aumentó el rubor de las facciones—. ¿Era de tu padre?

—No, de mi abuelo cuando era joven —le contestó Zac, mirándose la chaqueta con la corbata negra y los pantalones negros que llevara puestos, y que contrastaban bastante con la camisa blanca que vistiera debajo del traje—. Me ilusiona ponérmelo, pues me acuerdo de él cuando lo llevo.

—Estás hecho un pincel, comparado con cuando te encontramos —se mofó Manos—. Cáspita, si parecías un mendigo.

—No te pases de rosca, listillo.

Zac arrugó el ceño en su dirección.

L se bajó de Medianoche, dejando que éste pastara apaciblemente, y cogió sus bolsas, en las que guardaba todos sus utensilios prácticos y que le servían de mucha utilidad en sus misiones.

— ¿Qué vas a comer? —Zac se sentó a su lado, sin quitarle la vista de encima.

L no varió ni un ápice sus rasgos atentos, inamovibles, blancos y perfectos.

—Los dhampires no comemos comida normal —L sacó de la bolsa un saquito de tela anudado con un cordel carmesí, y de él extrajo varias cápsulas transparentes en las que nadaba el inconfundible líquido rojo: la sangre. Ató el saco diminuto y lo guardó en su alforja—. Esto es lo que yo tomo. —Le mostró las cápsulas—. No son pastillas por mucho que lo parezcan. Contienen sangre y plasma sanguíneo.

—Ah... ¿Así que tú, L, bebes sangre también? —inquirió Zac, apropiándose la preocupación y el miedo de su intelecto y de su faz.

—No te inquietes, yo puedo controlarme —la Cazadora meneó la cabeza en un gesto leve—; normalmente no atacaría a nadie. No voy a chuparte la sangre, si eso es lo que te aterra. Pero al ser mitad vampiro, debo alimentarme de sangre con la finalidad de mantener equilibrado mi organismo. Debido a mi alta resistencia, puedo pasarme semanas o meses enteros sin volver a consumir las dosis adecuadas. Estoy acostumbrada a resistir el hambre. —Miró atentamente a Zac, abriendo los labios—: Nunca nadie me había visto tomarlo.

—Si te resulta embarazoso o te incomoda que te mire, dímelo —le sonrió Zac cariñoso y tierno—. Eres una señorita ante todo, L. Y el deber de un caballero es respetar a una dama y cuidarla.

—Te comportas de una manera insospechada en un ser humano —repuso ella, enarcando una ceja—. Das la impresión de que yo no te asusto.

Mientras se tomaba las cápsulas, Zac se abrazó las rodillas, despreocupado.

—No es como si quisieras matarme. Al contrario, me has salvado de la muerte ya en dos ocasiones. Y te estoy infinitamente agradecido, L. Por eso sería raro si me dieses miedo. Lo admito: cuando te enfadas sí que me aterrorizo, en verdad.

Ella se fijó en su cuello, y percibió a la sangre cálida irrigando profusamente las venas, y siendo conducida por estas hasta arribar al corazón, la fuente de la vida junto con el cerebro... Extendiendo los caninos, distendidos sus puntiagudos dientes, L se preparó para saltar sobre Zac..., en el momento en que Manos se manifestó, acudiendo al rescate de su mente turbada.

—L, detente, no te descontroles. —Manos la miraba, inquietado por su momentánea inconsciencia—. No pierdas los papeles. Sabes que podrías matar al chico o esclavizarlo por toda la eternidad.

La dhampir bajó la mirada, jadeante, y le susurró a su amigo:

—Manos, no sé lo que me ha ocurrido.

—Casi te lo cargas, mujer —farfulló él—. Contrólate, o crearemos una tragedia.

—He sentido..., sí, lo he notado. El fragor de su sangre joven y límpida. He deseado con todas mis fuerzas beber de su sangre.

—Han transcurrido cinco años desde la última vez que enfermaste —coligió el simbionte—. ¿No te estará regresando ese maldito síndrome?

—No lo sé —suspiró ella, incorporada—. Zac, lo lamento, pero he de marcharme.

— ¿Qué? ¿Ya te vas? No, L, quédate. Estaré contigo...

El muchacho tenía la intención de acercársele, pero L lo paró de un agresivo movimiento.

—No te acerques a mí. ¿Lo has comprendido?

—L..., si te he ofendido, perdóname.

Zac veía acongojado cómo ella se separaba de él y se montaba apresurada en Medianoche.

— ¡He dicho que... me dejes en paz! —le gritó ella a toda potencia, y sus colmillos inferiores y superiores le sobresalieron del labio.

Partió galopando el corcel, y L se fue, dejando afligido a Zac. Ella debía curarse de su lujuria de sangre sin involucrar a una posible víctima.


Cazadora de Vampiros LDonde viven las historias. Descúbrelo ahora