CAPÍTULO 21. LA MUJER QUE TÚ VES

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Evelyn, a la mañana siguiente, saludó a L, y se ocupó en tender la ropa, ayudada por Susan, quien siempre le echaba una mano en tales quehaceres matutinos. Zac y su padre Adam estaban despiertos asimismo, y realizaban el desayuno. Ellos no podían ganarse la vida de otra forma. El sol se irradiaba sobre ellos, irrigándolos como la sangre al sistema nervioso del cuerpo. L tampoco podía hacer otra cosa que matar seres de la noche constantemente; no podía escapar de ese solitario y quejumbroso estilo de vida. La fresca brisa de la mañana, que traía un vago olor a ceniza y carbón, se suspendía sobre ellos, rellenando los huecos que no hubieran tapado y sumiendo a L en la incertidumbre de no saber qué haría de su vida en esos momentos, pues amaba a un hombre, y como era algo que nunca le había ocurrido, desconocía cómo actuar en tal caso.

— ¿Ya no serás la mujer combativa que has sido siempre, desde los inicios de tu vida inmortal? —le dijo Manos, rumiando inquieto—. Eso me pone de los nervios, colega. Se supone que tú y yo no tenemos nada que nos relacione con ellos. Pero estás dejando que ese chico infeste tu cabeza y tu corazón. ¿A cuál de ellos harás caso? Sabes que no puedes dedicarte a otros oficios. Los desvaríos no son buenos, afectan a tu rendimiento y tu integridad.

—Todavía no sé de qué modo actuar, Manos. Estoy pensándolo. Me estoy dejando la piel en hallar una solución. Y por más que me pese, lo que Zac hizo junto a mí nunca debió pasar. Fue un error, y soy la culpable de haber agrandado la herida. —L se observó las manos, y afiló las uñas blancas, que se alargaron dos centímetros más—. Mírame. Soy un engendro de piel transparente al que su madre rechazó al ser alumbrado; tal vez la gente tenga razón.

—Tú nunca admitirías tales cosas disparatadas —repuso Manos susurrante—. Eres mejor y puede que peor que ellos, L, pero ése es el sentido de tu existencia.

—No soy apta para amar ni cuidar a nadie —se resignó la dhampir, y sus ojos negros refulgieron de secreta ira, que reposaba en el fondo, como el poso del vino—. Jamás debí darle falsas esperanzas. Éste no es el lugar en el que debo estar. No me quedaré engañándolo y prometiéndole lo que nunca podré cumplir.

— ¿Le vas a decir que lo abandonarás? ¿Así de sopetón? —replicó Manos—. No es como si me preocupara el chaval, no de verdad, porque no lo conozco tanto como para que despierte en mí sentimientos de ternura, pero ¿no es mucho pedir que se lo digas más suavemente? Y en otro sitio, no tan cerca de su familia. Se hundirá y tú cargarás con la culpa. Como pasa con todo.

—Debo hacerlo de una vez. Lo he pensado mientras ellos dormían —le replicó L al simbionte—. Créeme, es lo más beneficioso para los dos. No estoy a la altura de lo que él piensa. No soy la mujer de sus sueños, ni él es adecuado para mí. Le haré daño, pero se lo diré, y con el tiempo se recuperará.

—Calibrando lo que ha pasado antes —musitó Manos—, no le hará ninguna gracia. Pensará que se te ha cruzado el cable y dirá algo así como: "Oh, por Dios, Luce es bipolar. ¿Por qué no me lo habías dicho? Que te daban altibajos emocionales de vez en cuando. Santa Virgen de los Milagros, me has engañado, encima que te he rezado cien veces más o menos..." Tu abandono no es de extrañar, pero lo dejará hundido en la miseria.

—No estoy deprimida, idiota —contraatacó L, mostrando sus colmillos—, ni él es un zopenco que sea incapaz de desarrollar esta posibilidad por sí mismo. De momento no se lo ha planteado porque está eclipsado por mí —se apuntó al pecho con la uña—. Y eso es lo que debo llevar a cabo: desbaratar y rasgar esta telaraña, para que Zac pueda ser feliz con la fémina que se merece, y que ella le dé lo que yo no puedo ofrendarle: completa seguridad.

—Tal reflexión es una falacia, L. Y no te pongas tan abrasivamente tú, ya sabes a lo que me refiero —alegó Manos, revuelto en su mano izquierda—. Te dije que no lo subestimaras y lo dejaras ir. Ésta debería ser la vida con la que estés por fin complacida.

—No, eso no es cierto.

L se dio la vuelta al notar que Zac se acercaba a ellos, y Manos se silenció, rumiando sombrío.

—Buenos días, cariño. Es realmente placentero verte todo el tiempo —el joven la tomó de las manos y besó la derecha, Manos carraspeó, enturbiado—. Me dedico a ti en cuerpo y alma, pídeme lo que desees, que yo te lo concederé. Por cierto, ayer estuvo fantástico lo que hicimos... —la besó de golpe, ávido de amor, pero la Cazadora lo apartó de un empellón.

—Zac, no empieces. —Su volumen se volvió tirante, distanciado y seco—. Tenemos que cortar esto de raíz. Y debe ser de inmediato.

— ¿De qué estás hablando? —él la observaba, preocupado.

—Sobre lo que sucedió ayer entre nosotros... —L se recogió las manos tras la espalda, adoptando una actitud más seria y frívola—. No fue intencionado, sino fortuito. Yo no quería..., es decir, no debo permanecer en este lugar, contigo ni nada de eso. Parto hacia otras tierras baldías, en la búsqueda incansable de monstruos que derrotar.

—No me pidas que me olvide de ti. —Zac la asió del brazo—. Eres fenomenal, y no te dejaré marchar. Nunca jamás.

—Yo no soy la mujer que tú ves —negó ella—. Sino la Cazadora de Vampiros L.

— ¿Y te conformarás con el nombre que otros te dieron ignorando lo que eres? —el muchacho movió el cráneo, insistente—. No, Luce, tú eres mucho más que una leyenda viva. Eres una chica fuerte, valiente, considerada, culta, genial, bella, templada, solidaria..., no solamente la coraza que te pones para engendrar mayor misterio.

—Tienes razón —le dijo ella a Zac—. Perdóname por haberte dicho algo tan duro.

—No te preocupes, soy de hierro cuando se trata de protegerte y de cuidarte —le sonrió él, y se dieron un nuevo beso—. Te quedarás aquí, ¿no?

—Sí —asintió L, y se cogieron de las manos—. Caminaré a tu lado, te apoyaré en todo, y de este modo olvidaremos las penas y alimentaremos la hoguera de nuestro amor, uno que no posee condiciones.

El tiempo con ella le pareció a Zac infinito, especial y único, como si hubieran transcurrido años en vez de doce minutos, como había pasado en realidad. Pero era cuestión de tiempo que ella se marchara, porque nada, ni siquiera el amor, era eterno en ese mundo cruel y marchito. Sin embargo, estar con ella compensaba todas las penurias y el dolor, y equivalía a tener el sol de cara, luminosa y magnífica era L, y Zac se sentía a salvo, y lleno de felicidad.

Cazadora de Vampiros LDonde viven las historias. Descúbrelo ahora