CAPÍTULO 46. DESAFÍA AL DESTINO

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—Naturalmente, tú posees una cautivadora belleza que no tiene rival en este mundo, por lo que se me ocurrió la brillante idea de dañar a tu amado campesino. Sostenía que debía ser excepcional si había conseguido enamorarte —se regocijó el Conde, mostrándose altanero e insultante porque creía que tenía ventajas, pero L no había revelado el resto de sus ases bajo la manga—. Para ser honesto, él resulta ser bastante decepcionante. No comprendo cómo arriesgarías tu vida y tu profesión por él.

L rememoró las palabras que le dijera Charlotte Woodside hacía más de seis mil años:

"L, no puedo creer que nunca te hayas enamorado. Nunca lo entenderías a menos que te enamoraras, como a mí me ha sucedido. No hay escape para la pasión que se desperdiga por mis venas, enrojeciendo mis pómulos, enalteciendo mi corazón, y descontrolando mi cuerpo. Espero que algún día encuentres a tu media naranja, y seas feliz y dichosa con la persona que estimas. El ser amado y el hecho de que te amen o tú ames no se escoge, porque lo tienes o no lo tienes. Con tu encanto, muchos hombres suspiran por ti, pero tú no has encontrado ninguno que merezca tu cariño. Deseo que obtengas el amor. Es un sentimiento fantástico e incomparable, una actitud poderosísima que cambia tu perspectiva ante el discurrir de la vida."

—Porque yo lo amo —afirmó, y era intachable su aplomo.

—No te permito salvarlo —negó el Conde—. Porque tu amor es fantasioso y estúpido, un inservible cuento de hadas.

Se trataba de una encrucijada, un ultimátum. L sabía que le quedaba poco tiempo, así que lo apuró para salvar a Zac, que se estaba muriendo al estar herido de gravedad, concretamente en la zona del vientre. Su vida dependía de su infalible destreza y rapidez, las cualidades que ella siempre mostrara.

Pero en esta situación tan delicada L estaba perdiendo la calma por vez primera, se estaba descontrolando, y además el Conde Lee Doye, chapado a la antigua, la estaba desquiciando por su charla sin sentido y sin aprecio hacia los humanos.

—Sus vidas son tan efímeras, momentáneas y aburridas; ellos simplemente son así de irracionales y no tienen que ser nada en especial. Acaso te preocupa que un simple e inútil humano pierda su sangre, y su cuerpo y su alma en tareas vanas cuando pueden sernos útiles a nosotros los vampiros los que somos indudablemente superiores a ellos en todos los aspectos imaginables. Somos eternos, inmutables e infinitamente más bellos que los pedantes humanos.

— ¡No me hables de eternidad! —gritó L, y viendo que Zac se moría, lo golpeó más fuerte y lo derrotó.

Las cenizas del Noble fueron diseminadas y borradas por el viento que se colaba por la ventana abierta de par en par. La sangrienta pelea había terminado al fin.

Entonces he aquí que fue a Zac y le dijo, destrozada por el dolor y la incertidumbre: 

—Resiste, amor mío, mi querido Zac, aguanta, sé que tú puedes salir de esta, vamos, no es nada, voy a curarte, ¿me oyes? No te desmayes, ¿entendido? —le curó la mejilla y se la rozó con las uñas, y él parpadeó acto seguido y sonrió hacia ella débilmente—. Tú puedes con ello. Eres muy fuerte y vas a resistir estas heridas. —Puso las manos en su vientre entrelazadas y susurró con voz queda un hechizo antiguo que se llevaría parte del dolor y lo mantendría despierto—. No te duermas, Zac, cariño, no lo hagas. Vamos, tienes que estar despierto un rato, antes de que lleguen los demás y te lleven a la enfermería, y el médico te cure.

El sufrimiento le desgarraba las entrañas, se las dejaba colgando descarnadas y rotas, y su corazón estaba mortalmente quebrado y apolillado por todas partes por las aristas del amor y del horror de desconocer si iba o no a perder a su amado hombre. Ni tan siquiera una guerrera inmortal de su calibre como ella podía predecir si Zac viviría o en este caso moriría.

Cazadora de Vampiros LDonde viven las historias. Descúbrelo ahora