CAPÍTULO 24. DOPPELGÄNGER

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L estaba en el bosque, bañándose sola de nuevo. Se secó, se vistió y se dispuso a marcharse. Cuando salió de la floresta, Zac llegó a su encuentro, perspicaz y fervoroso, sonando alegre.

—Hola, querida.

—Hola, Zac.

Él intentó darle un beso, pero ella lo apartó de forma delicada.

—Ahora nada de eso, Zac. Tengo que seguir trabajando —se montó en Medianoche, y el caballo empezó a relinchar de repente y se encabritó, alejándose del muchacho.

— ¿Qué mosca le habrá picado? —se inquietó Manos—. Nunca se había asustado de un humano y menos de Zac, que lo trata tan bien.

—Ignoro lo que le sucede al pobre —dijo el chico con inocencia—. A lo mejor está nervioso por los doppelgängers. Hay nuevos incidentes que están siendo provocados por ellos, aprovechándose de las lluvias torrenciales. Muchas aldeas han sido arrasadas.

—Sabes mucho sobre eso, al parecer —lo escaneó L, y él se sobresaltó, nervioso.

—Me lo han contado Tom y David esta madrugada —aclaró.

L cabalgaba en Medianoche, taciturna, mientras Zac se mantenía a su mismo ritmo.

—Podría consistir en otra de las perversas maquinaciones del Conde —caviló, y observó en ese instante a Zac—. ¿Te encuentras bien? Te noto algo distraído, como si estuvieras abstrayéndote por algo.

—Yo estoy perfecto —el joven mostró una amplia sonrisa. L no se inmutó ni un ápice—. De veras que no exagero.

— ¿No deberías encontrarte trabajando en el campo, ayudando a tus camaradas? —le preguntó Manos, relleno de intriga—. No paras de escaquearte de tus tareas, pillín.

—Oh, en cuanto a eso... Se me había olvidado. —Zac se propinó una palmada en la frente—. Bueno, aligeremos para regresar al pueblo, que se nos hará tarde.

Y caminando la tarde envejeció, y las luces vespertinas se tornaron en los tímidos destellos de las estrellas. Zac en ningún momento atendió al caballo, ni pretendió acariciarlo o brindarle algún aperitivo, como solía gestar. L estaba extrañada, como Manos, por su inusual actitud.

—Parece diferente —murmuró Manos—. En un sentido peliagudo.

—Algo le ocurre —afirmó L—. Debemos lograr que lo suelte.

—Para los interrogatorios yo soy un hacha —se alardeó la criatura simbiótica—. Los desplumo a todos en menos que canta un gallo. Venga, colega, lo haré como debe ser.

Ella asintió enérgicamente, pues confiaba en él de todo corazón.

—L, ¿sabes que hoy estás más hermosa que nunca antes? —al joven le brillaron los ojos con un fulgor distinto, como si se hallara extrañamente exaltado.

Se habían apostado a la vera del camino, junto al muro de piedra que estaba cubierto por hiedras trepadoras, y la luna ya iluminaba la noche, bella y fulgurante.

La Cazadora lo acribilló con su oscura mirada en la que pulsaba la ira, encogiendo a la figura que se mantenía frente a ella.

—Luce es como me llamas siempre.

—Claro, es verdad. —Zac parpadeó, descolocado—. Es que...

— ¿También has sido víctima del olvido en esta ocasión?

L desenvainó su espada y el arma destelló rutilante, cortando de una tajada la densa oscuridad en torno a ellos.

Zac no se movió ni un centímetro, y ella lo apuntó inflexible con su instrumento.

—Tú no eres Zac —sentenció la dhampir, descubriendo la mentira, y la fisonomía del muchacho se meneó espasmódicamente, abombándose y desintegrándose.

—Vaya, tu inteligencia y tus ataques basados en la precognición no son para ser subestimados. Con sólo una palabra mal pronunciada por mi parte te has dado cuenta de que no era tu amado. Resuelves fácilmente toda clase de engaños.

El doppelgänger se manifestó en toda su plena malevolencia; era una criatura muy repulsiva, de carne translúcida y miembros delgaduchos que se deformaban, retorciéndose y alargándose a voluntad, espantosamente finos y quebradizos, como las patas de una araña.

—Tus farsas no funcionan conmigo —terció L, airada—. Zac es insustituible, y nadie podrá arrebatármelo jamás.

—Parece ser que mi señor el Conde Lee Doye no se equivocaba en sus deducciones, sabe a lo que atenerse con respecto a ti —siseó sibila la criatura tornasolada, sus ojos eran dos llamas encendidas, queriendo arrasarlo todo—. Te has aliado con los repugnantes humanos, estúpidos seres inferiores.

Los chicos se acercaron en ese momento, y Zac corrió a donde se parapetaban L y el doppelgänger.

— ¡No te atrevas a aproximarte, Zac! ¡Él quiere matarte! —lo avisó ella.

— ¿Se volverá mi doble?

Aterrorizado, Zac reculó volviéndose hacia atrás, respirando entrecortadamente.

— ¡Tu muerte será brutal! —le chilló Manos al doppelgänger— ¡Por habernos encolerizado a L y a mí!

Y entonces, de unos tajos equilibrados y meticulosamente medidos, lanzándose fiera sobre el cambiador de formas, L lo mató rápida y furiosamente. El Conde Lee Doye pagaría el precio por haber traspasado los límites; ella no dudaría en mancharse las manos de la sangre de sus viles y míseros sirvientes, seres malignos que adoraban las tinieblas.

—Todo se ha solucionado, cariño. Estás bien ahora. Estoy junto a ti —dijo L con voz dulce, y Zac se abrazó a ella, temblando como un pollo—. Nunca me dejaría engañar por un tipo imbécil que se hizo pasar por ti.

—No pasa un solo día, una sola hora, en que no piense en ti —dijo Zac, con el rostro congestionado, y se besaron, y los demás dieron un respingo por esta osada acción—. No soportaría perderte.

— ¡Qué agradable notición! —exclamó David— ¡Menuda suerte!

—No me lo creo —masculló Tom—. Aunque así quedan muchas cosas explicadas aunque no justificadas. Tus escapes en las horas de trabajo y todo ese rollo que nos soltabas.

—No entiendo cómo habéis llegado a ser pareja —se sorprendió Jake—. Pero me alegro por vosotros, que es lo que importa.

—Santa María Virgen —resolló Becky, y su sorpresa era mayúscula, al igual que la de los otros—. ¿Qué diablos nos hemos perdido?

—Vuestro plan no se estropea, ya entiendo porqué —rio Susan, alegre—. Habéis formado un dúo que no se puede equiparar a ninguno.

—Os deseo la mayor felicidad del mundo —sonrió María, cariñosa—. Que vuestro amor perdure para siempre y por sobre todas las dificultades.

—Muchas gracias por apoyarnos, chicos —les agradeció Zac—. Sois unos excelentes compañeros.

—Volvamos a Oscura Chicago; la noche se volverá más peligrosa —los alertó L.

El cielo se volvió negro en tanto regresaban a la aldea. Mas ya el mundo era menos frío y desesperanzador, debido a que L se ocupaba de resguardarlos. 

Cazadora de Vampiros LDonde viven las historias. Descúbrelo ahora