CAPÍTULO 25. EL PUÑO DE ACERO

10 1 0
                                    

Al despertarse, Zac se juntó con sus padres para desayunar y todos bendijeron la mesa recitando las oraciones acostumbradas.

Evelyn anunció entonces:

—Iremos al campo, ya que es lunes. Vuelta a empezar.

—La misa de ayer me dejó la cabeza como un bombo —se quejó Susan, y su padre la amonestó, diciéndole esto:

—Hija, no te quejes de lo que hace el padre Terence, pues él se dedica a apoyarnos y a subirnos la moral para que no estemos afligidos todo el tiempo.

—Ya lo sé —masculló Zac—, pero no me gusta que no podamos sentarnos. Tenemos que permanecer de pie todo el rato, y eso es bastante cansino.

—No hay suficientes sillas para todos —replicó Evelyn—, y recordadlo, mis niños; siempre os decimos que hay que dejar espacio a los mayores. Ellos han sufrido mucho más que vosotros.

<<No lo creo>>, pensó Zac con pesadumbre. Ellos no habían tenido que vérselas con una Cazadora de Vampiros enrabietada, estando obligados a aguantar sus sermones y sus repetidas ausencias. Su padecimiento no era superfluo.

—Bueno, es fundamental trabajar. Sin ocio no existe el vicio, muchachos —su padre se levantó de las sillas desvencijadas y los conminó a hacer lo propio—. Mucha obra por delante nos espera hoy.

Zac, con una profunda decepción adueñándose de su ser por no poder pasar su tiempo con L, su amada chica, la añoró mucho más de lo que querría admitir. Persiguió los recuerdos en los que ella reía y lo besaba, devolviéndole su cariño a borbotones. No entendía porqué la vida era tan injusta con él. ¿Acaso no se merecía tenerla por siempre a su lado? Dios no tenía nada que ver en eso, ¿o tal vez sí? En realidad no lo sabía, así que se apresuró a ayudar a sus padres, encaminándose junto a ellos al campo de trabajo, como tuvieran por costumbre.

L se acercó a la familia a despedirse de Zac.

—Debo realizar una tarea importante —le dijo, y le sonrió, acariciando su mejilla sin barba—. Volveré en un momento, tienes mi palabra.

—Ah, vale. ¿Adónde vas? —le preguntó él, y fue Manos el que le respondió, suplantando a L en este caso.

—A machacar a un vampiro muy peligroso, chaval. Quédate en casa si te sientes asustado.

—Oye..., lo cierto es que no soy ningún mequetrefe ni un cobarde —replicó Zac, molesto por la osadía del simbionte y sus perseverantes burlas hacia su persona. Le dirigió a L una sonrisa plena en dulzura—. Mucha suerte, nena. Te estaré esperando.

Ella cabeceó delicadamente y se marchó, esfumándome como un cometa al atravesar el cielo, rauda y dejando una estela de esperanza y brillantez tras de su elegancia.

Zac volvió a enfocarse en sus deberes, pensando que todo marcharía como debía, porque su querida dhampir era indestructible e imbatible, y los enemigos se arrepentirán de entablar una batalla contra ella.


La Cazadora llegó puntualmente a la mansión del Conde Lee Doye. Estaba atardeciendo y la noche permitía que los vampiros se refugiaran en ella y bebieran la sangre directamente de las gargantas de niños y jóvenes inocentes, espantados por su crueldad. Había un destino aciago esperándolos. Pero ella era famosa por su renombre, además de por salvarlos de una suerte terrible que tenía ansias de devorarlos inmisericorde. El Conde notó su paso tranquilo y deslizante, similar al del río bordeando la cuenca con el fin de arribar al profundo mar salado, y le sonrió burlón desde su sillón de fieltro, afuera en el jardín, sentado calmadamente. Estaba esperándola, como evidenciaba su porte altivo y arrogante a las claras. Manos susurró que ese tipo era demasiado creído de sí mismo.

Cazadora de Vampiros LDonde viven las historias. Descúbrelo ahora