CAPÍTULO 44. MAGOS Y DHAMPIRES

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Eleanor se giró a encarar a Vladislaus.

—Bien, sacaré mis barreras y las expandiré —de un fuerte golpetazo desplegó sus poderes, que empezaron a fluctuar en el ambiente, y los vampiros se abalanzaron sobre ella, pero la barrera mágica los repelió a tiempo, dejándolos hechos trizas—. Se ve que funciona como debería. Hay que dejarlos fritos y totalmente aniquilados.

—Soy famoso por mi eficacia en todo el mundo —dijo Vladislaus, desenvainando su espada—. Los mataremos a todos, y se lamentarán de haber nacido. No nos molestarán más. No tendremos piedad alguna con esos repulsivos seres de la noche, chupadores de sangre que no paran de asolar nuestra preciada Tierra.

Así pues, dando rápidas estocadas a diestro y siniestro y ayudados por la magia, que era una herramienta amplificadora en las manos de esos cazadores y brujos experimentados, Eleanor y su amigo y contraparte Vladislaus no tuvieron ningún problema en liquidar a los vampiros que los atacaban de tanto en tanto, limpiando el mundo de su infecta suciedad.

Por su parte, los muchachos de la aldea de Oscura Chicago, reforzados por la seguridad que confería el grupo, se apiñaban apretujándose, y le devolvieron a L los botes de pintura acrílica tras haberlos usado.

—Ya hemos terminado, Luce —le dijo Zac—. Vamos a reunirnos con Jefferson y los demás.

—No os olvidéis de las recomendaciones que os he ofrendado —repuso ella—. Vuestra vida pende de un hilo en todo momento; no empeoréis la situación a base de quedaros mirando algo o pensando en que deseáis regresar a casa. Todo a su debido tiempo. Distraerse y fallar en esta misión está fuera de lugar —les indicó, hablando en un tono incuestionable, grave y tonificado.

Zac y sus amigos asintieron y se dispusieron a marcharse, volteándose y echando a correr, pero Susan se quedó, permaneciendo parada unos instantes frente a L.

— ¿Qué se supone que haces, niña? —la reprendió Manos—. No deseo echarte una regañina.

—Nos hablas como si fuéramos soldados —dijo la chica, y L pestañeó, expulsando aire entre los dientes—, cuando solamente somos unos niños que todavía no han madurado lo suficiente como para enfrentarse a la muerte. No nos aliviarás la carga que llevamos en el corazón.

—Nadie lo hará jamás —atajó L, cortando de un tajo su resoplido; Susan parpadeó, mordiéndose el interior de la mejilla—. Pase lo que pase, es tu deber sobrevivir y superar las estrecheces que te pone la vida. El destino se puede torcer y quebrantar, pero si te tuerces por entero, no podrás enderezarte cuando lo desees. Yo sólo existo para sacar las verdades a flote, para rescataros una vez de los enemigos; en la siguiente ocasión en que te encuentres frente a la bestia será tu determinación y tu voluntad las que jueguen un papel principal, las únicas que cuenten en este duro juego de supervivencia. No hay nada más liviano y perecedero que la esperanza, que es muy similar a la fe. Las cosas que te dices a ti misma cuando te colocas frente al altar de la iglesia; las falacias que crees que te auxiliarán, empujándote a que plantes los pies en el suelo y confrontes los desvaríos de esta naturaleza la cual nos ha dado origen a todos. La oscuridad perdura eternamente, y te digo que las mentiras te ayudan a tragar un poco el dolor, mas no te lo arrebatarán. Esos escenarios incompletos y utópicos con los que sueñas al cerrar los ojos; te sonríes en mitad del sueño y al despertar, te vuelves pequeña como una hormiga, devuelta sin contemplaciones a la lógica y a la vez absurda realidad, el mundo material en el que alientas, saltas, corres y te quejas. Las farándulas por experiencia no salvan al hombre, como a un enfermo el que le asegure el médico que se repondrá y saldrá adelante, a pesar de que vaya a morir finalmente. No embrollaré más la cuestión: los cuentos no valen, son una pérdida de tiempo —su mirada oscura destelló en la nocturnidad que se acaparaba del espacio—. Conviértete en una adulta, prescindiendo de las mentiras y las verdades edulcoradas.

—Entiendo en parte lo que me estás refiriendo —contestó Susan, molesta por su gélido discurso, el cual desechaba tozudamente las emociones—. Pero no te comportas como la mujer que enamoró a mi hermano. ¿Tú no lo amas, L? Suenas tan fría que pareces no ser capaz de amar a nadie. ¿Lo amas, o lo utilizas?

L la traspasó con su mirar negro e infinitamente compacto, como la oscuridad más profunda y verdadera, y Susan sintió que se le congelaba el torrente sanguíneo.

—Zac no sólo es mi amigo, también es mi confidente y mi amante, a él le he confiado todos mis secretos y él es el que me da calor en las noches frías y me apoya cuando me siento triste. Es más que un hombre para mí, ¿lo entiendes? Bueno, no espero en realidad que lo entiendas, pero que sepas que no dejaré que muera, jamás de los jamases me voy a contentar con que su vida siga el rumbo marcado por el caprichoso destino. Y tu Dios —señaló a Susan—, aquel al que todos rezáis hinchando vuestras rodillas en tierra y clavando los ojos en el cielo, no existe. Si acaso existiera no habría permitido la cuasi extinción de toda su raza, aunque ya veo que no piensas así y acaso no lo harás nunca, como crédula miembro de la humanidad que eres. Albergar fe o no albergarla es una decisión que los individuos deben tomar individualmente, no es algo obligatorio. No es un mandato.

— ¿Por qué no crees en Dios? —inquirió Susan con la voz crítica.

Se había hecho más alta en todo ese tiempo, y ya no parecía una niña asustada e insegura que la miraba con la indecisión enmarcando su rostro. Ahora la miraba con desafío, como si estuviera cuestionando los miles de años de aprendizaje y esfuerzo de la dhampir. Como si su naturaleza mortal fuera la justificación de que había que recurrir a seres inmateriales para que los auxiliaran moralmente y los sostuvieran, explicándoles lo que ellos los humanos no entenderían ni sabrían jamás, porque les estaba vetada esa vía de conocimiento de lo sobrenatural.

L se encogió frívola de hombros.

—Hubo un tiempo en que yo misma fui venerada cual un dios. Un ser de la oscuridad venido de los más remotos abismos del caos. El ser al que llamáis Dios es solo el inexorable tiempo, que siempre nos pasa de largo, nos ignora, y se ríe de nosotros porque somos inferiores a él y cambiamos, y envejecemos a un ritmo muy rápido según su percepción imperturbable. Si yo no he muerto aún, es debido a que todavía no ha llegado mi hora. Y me gustaría vivirla junto a Zac, sí, lo que sea que me quede de tiempo. Resguárdate del peligro; no te demores en ello.

Marchó, pasando de largo a una desconcertada Susan por toda la perorata que le había soltado, adentrándose en las tripas replegadas y turbadoras del laboratorio heredado por la Nobleza. Ella no podía derrochar tiempo en discutir con una adolescente que ponía en tela de juicio sus experiencias y su flexibilidad.

Cazadora de Vampiros LDonde viven las historias. Descúbrelo ahora