{40} EPÍLOGO

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—Vamos, cariño, no muevas más ese brazo—recomendó su madre, tomándolo con cautela y sentándolo en su regazo

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—Vamos, cariño, no muevas más ese brazo—recomendó su madre, tomándolo con cautela y sentándolo en su regazo.

—Lo siento mucho, mamá—respondió apoyando su cabeza hacia atrás, contra su pecho.

Ella no pudo evitar sonreír sin que el niño la viera.

Estaba enojada, pero aún así no podía mantenerse seria con su hijo mucho tiempo.

Le había dicho mil veces que no subiera a la silla, pero era un niño terco y su padre no se dio cuenta de sus intenciones hasta que escuchó como caía al suelo.

Desde que llegaron al hotel en el que planeaban hospedarse durante un breve período de tiempo, su hijo se había mostrado muy interesado en los libros que adornaban los estantes más altos de la pared.

—Papá me dijo el otro día, que si quería lograr algo, debía hacerlo sin importarle lo que pensaran los demás.

Eugene pasó las manos por su cabello rubio. Algunas hebras de su cabello caían por su rostro pecoso de forma desordenada. Eso no era habitual en él. Y es que a pesar de ser un gran artista, siempre llevaba el pelo perfectamente peinado y recogido. Su aspecto era más parecido al de un empresario, que al de un pintor alternativo.

—No me refería a esto precisamente—intervino él.

La sala de espera de la sala de urgencias ya estaba prácticamente vacía. Sabía que no podía faltar mucho para que les llamaran.

—Te he dicho antes que no quiero escucharte hablar—le detuvo Victoria—. Estoy muy enfadada.

Victoria suspiró y se dirigió al niño con dulzura.

»Estoy segura de que tu padre no se refería a ponerte en peligro por tomar un par de libros, cariño.

—Eso es lo que...—empezó a decir Eugene.

—Que te he dicho que no quiero escucharte—le interrumpió Victoria, haciendo que el hombre se cruzara de brazos como si fuera un niño—. ¿Por qué no le pediste ayuda a papá?—le preguntó al pequeño.

—Pensé que podía solo.

Miró al pequeño Tom.

Había cumplido los cinco años, un par de días atrás. Tenía el cabello de color rubio ceniza, bastante más oscuro que el suyo. En su rostro, resaltaba una lluvia de pequeñas pecas, al igual que la de su padre. Y sus ojos, eran verdes, casi idénticos a los de Victoria. Movía sus piernas con nerviosismo, porque era muy inquieto y no sabía permanecer sentado durante más de media hora.

Llevaban bastante esperando, porque a esas horas de la madrugada había muy poco personal disponible y se estaban encargando de los casos más urgentes. El enfermero con el que habían hablado al llegar a la recepción, se acercó hacia ellos en ese preciso instante.

Dulce Mentira (+18) [Borrador] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora