{1} PREJUICIOS

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Victoria Medina se encontraba en el balcón de su habitación

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Victoria Medina se encontraba en el balcón de su habitación. Llevaba un hermoso vestido blanco de gala, con los tirantes entrecruzados en la espalda y un escote en forma de corazón.

Mientras veía algunos coches aparcando a lo largo de la calle, tomó un profundo suspiro. No tardarían en llamarla para que bajara.

Esa noche, el jardín estaba precioso. Desde la segunda planta podía contemplar todas las lucecitas colocadas delicadamente alrededor de los árboles. Había camareros por todos lados, dando vueltas y preparando los últimos detalles.

Se marchó lentamente hasta el interior de su habitación pasando una última vez por delante del espejo antes de salir.

Tenía unos enormes ojos verdes, inocentes y brillantes. Su cabello rubio le llegaba hasta la mitad de la espalda y caminaba con delicadeza y gracilidad. Todo en ella gritaba que era de otro planeta, pero no era casualidad. Su madre había pasado los últimos veintiún años, remodelando su aspecto y su personalidad hasta llegar al día de hoy.

Pero poca gente sabía, que todo eso no era más que una fachada. Una fachada que escondía a alguien que se sentía fuera de lugar.

Llevaba toda la vida fingiendo sonrisas y llevando vestidos bonitos para hacer felices a los demás y no avergonzar a sus padres.

Le habían repetido hasta la saciedad que calladita, estaba más guapa.

Y ella había aprendido, que nada de lo que pudiera decir o hacer cambiaría nada, de todos modos. Así que callaba.

— ¿Estás lista? —preguntó su hermano al verla salir de su habitación.

Abel también era muy atractivo. Al igual que su hermana, sus facciones eran dulces y delicadas. Tenía los ojos verdes como los de ella, pero por lo contrario, su pelo era negro azabache. El tono claro de su piel, contrastaba con éste y le daba un aspecto casi inalcanzable.

Toda su familia lo parecía. Sus padres, Julián y Elena Medina, eran dos personas muy reconocidas en la comunidad. Todos les adoraban y admiraban.

—Sí.

—Tienes pintura en la mano—murmuró Abel tomándola del brazo mientras la dirigía hacia las escaleras principales de la casa.

—Lo sé, no he logrado quitarla—respondió ella avergonzada—. Espero que madre no la vea.

—No creo que diga nada, no se nota mucho—aseguró Abel dándole un toque amistoso a su mejilla.

Ella sonrió y su hermano sintió como su pecho se llenaba de emoción. Su hermana era seguramente, la única persona en este mundo en la que tenía fe ciega y con la que compartía todos sus secretos.

Sabía que ella no estaba bien, aunque apenas comentara nada al respecto.

Bastaba con ver sus cuadros.

Dulce Mentira (+18) [Borrador] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora