Capítulo 32: Con amor, Ian.

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— ¿De qué hablas?

¿Cómo pude haberlo olvidado? Sé que fue un día horrible, pero por Dios, básicamente fueron las últimas palabras que Ian me dijo.

Me envuelvo con la sabana y me coloco torpemente la ropa interior. Una vez que logro ponérmela, vuelvo a arrojar la sabana en la cama.

¿Por eso me detuvo? ¿Ian tiene algo más que enseñarme? Diablos. ¿Cómo demonios lo pude haber olvidado? ¡Es más! ¿Cómo puedo dejar mi habitación sin seguro? Agh, Dios. Debería graduarme en estupidez.

— ¿Heaven?

Volteo a ver a Rhett. Por unos segundos me había olvidado de él, lo cual es estúpido porque acabamos de acostarnos. Me observa desde la cama, la sabana le cubre de la cadera para abajo, dejando sus apetecibles abdominales a la vista, y su cabello despeinado...

Le doy la espalda.

Concéntrate, por el amor de Dios.

— ¿Recuerdas que en el baile Ian me dijo algo al oído? —Rhett contesta que sí. Escucho que se pone de pie, posiblemente para vestirse— Él me dijo que tenía algo para mí y que lo dejaba...

— Debajo de tu cama —dice lo que estuve repitiendo por tres minutos— ¿Estás segura de que puede ser algo importante? Conociendo a Ian puede ser cualquier cosa.

Tiene sentido. Quizás era una simple broma, pero también podría no serlo. Pudo haber continuado con la investigación o haber descubierto algo pequeño que delataría algo enorme. Quizás el asesino se descuidó lo suficiente para que la astucia de Ian lo atrape y por eso lo asesinó. ¿Por qué lo mataría sino? Sí, él sabía mucho, pero Rhett y yo también, sin embargo aquí seguimos.

— Creo que sí es algo importante —volteo pasando una mano en mi cabello, despeinándolo.

Rhett ya se encuentra con la ropa interior puesta y me observa desde la cama.

— ¿Qué es eso? —pregunta, entrecerrando los ojos.

— ¿Qué es qué? —arqueo una ceja desconcertada.

Rhett se pone de pie y toma mi mano, obligándome a enseñarle mi muñeca.

— Esto, Heaven.

Durante este último tiempo noté que Rhett solo me llama por mi nombre en tres ocasiones; Cuando es víctima de esos momentos donde las cosas se ponen más dulces y cursis que de costumbre entre nosotros, cuando está preocupado o cuando está enojado.

Ahora no sé muy bien en qué situación estamos, pero sé de sobra que no es la primera.

— Fue un momento duro... —se aleja para darme la espalda y colocarse los pantalones— Fue una decisión estúpida —se ríe secamente— ¿Qué esperas que te diga? —le pregunto irritada por su reacción.

— Esto está mal —dice sin voltear.

— ¿Crees que no lo sé? Pero en ese momento solo quería un descanso de Saint Rose, del asesino, de mi misma, Rhett. No estaba pensando con claridad.

— ¿Por qué no me lo dijiste? —parece tan consternado.

— ¡Oh, hola Rhett! Acabo de cortarme. Tengamos sexo —sonrío falsamente— ¿Te parece?

— No hubiera estado de más mencionar lo primero —espeta al mismo tiempo que gira para verme— De saberlo no hubiera...

No continua, pero me encargo de imaginar cómo termina esa oración.

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