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NATHALIE


Comenzaba a creer que era repelente a las relaciones. O tal vez las relaciones eran repelentes a mí.

Si alguien me hubiera dado un dólar por cada cita fallida, a estas alturas ya sería millonaria. Por desgracia, nadie te paga por meter la pata, lo cual significaba que estaba desaprovechando mi talento para fracasar al elegir pretendientes que nada tenían que ver con lo que quería.

El último era un chico otaku de pelo revuelto, piel cobriza y bonitos ojos marrones ocultos detrás de unas gafas de montura gruesa. Poseía un atractivo singular, con su sonrisa de dientes un poco torcidos y su tic de rascarse con el dedo índice ese pequeño pliegue junto a la nariz. Lo habría considerado un detalle adorable si no hubiera venido acompañado de una cháchara interminable sobre el universo de Naruto.

Jesucristo de los desvalidos amorosos como yo, ¿cómo alguien podía soltar tanta información sobre un manga?

Sí, sabía que lo correcto era mostrar interés por las cosas que le gustaban a mi cita. Pero pasar cincuenta minutos... no espera, el reloj acababa de cambiar. Pasar cincuenta y un minutos de charla sobre los clanes más poderosos, la Aldea Oculta de la Hoja y el jodido Sasuke me tenía al borde de un colapso nervioso. El ojo derecho me temblaba cada tanto, producto del estrés acumulado que esperaba liberar con esta cena y que, claramente, sólo había ido en aumento.

—Se supone que el Kyubi surgió al final de los días del Sabio de los Seis Caminos —prosiguió—. Para prevenir que la bestia de diez colas resurgiera, el Sabio dividió su charra en nueve monstruos...

Pasé la yema del dedo índice por el borde de mi copa sin dejar de asentir al discurso de Kenneth. Al igual que él, su nombre era lindo. La clase de nombre que consideré interesante cuando nos conocimos, hacía poco menos de un mes. Fue mera casualidad toparme con el nuevo encargado de la veterinaria el día que fui a comprarle un collar al Gran Danés de la familia. En lugar de mostrar su verdadera naturaleza otaku, Kenneth actuó como un hombre promedio de veintitantos que coquetea tímidamente con una atractiva clienta de ojos chispeantes.

No dudó en pedir mi teléfono para marcarme en los días siguientes y, a pesar de su evidente nerviosismo, cumplió su palabra. Debí darme cuenta de que había una obsesión detrás de sus conversaciones sobre animes. Cada vez que dábamos una vuelta inocente por el pueblo o aparecía de visita en el trabajo, terminábamos de la misma forma: hablando de universos fantásticos. O, más bien, él hablaba mientras yo me repetía que no era tan malo. 

—Lo siento, nunca me callo —comentó Kenneth interrumpiendo su perorata—. ¿Me estás siguiendo o te estoy aburriendo?

Carraspeé y enderecé mi postura en la silla.

—Para nada.

—¿Segura? Es que sé que puedo ser intenso con el tema.

—Adelante, quiero saber más del Kyūbi no Kitsune.

Una vocecilla en mi cabeza gritó: ¿QUÉ DEMONIOS, NATHALIE?

Meh. No quería ser una perra. Además, podría haber sido peor. Podríamos haber estado hablando de su ex o su problema con las hemorroides o su espléndido coche. Cielos, nada me ponía de tan malas pulgas como un hombre hablando de su auto. ¿Qué pensaban que era? ¿Un mecánico? Ni siquiera tenía coche, ¿qué les hacía pensar que entendería sobre potencia y velocidad de arranque? ¿Debía interpretarlo como una analogía relacionada con el sexo? Amigo, alguien necesitaba terapia si creía que eso era sexy.

Ya había pasado por ese tipo de citas y ninguna había sido agradable. Por lo tanto, Kenneth estaba bien. Kenneth era seguro y confiable. ¿Cierto? ¡¿CIERTO?!

Miradas al Sol (Destinados II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora