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CAMERON

Recordaba poco o nada de la noche que nos conocimos. La culpa fue del cóctel de bebidas que me metí. Claro que el exceso de vodka no impidió que posara la vista sobre una sexy chica disfrazada de calabaza. El coqueteo intenso nos condujo fuera del club y, de un momento a otro, estábamos compartiendo algo más que una charla de flirteo. La besé y ella correspondió mi entusiasmo. Entonces la borrachera me pasó factura de la peor manera.

Sobra decir que mi plan para llevarlo más lejos se esfumó de un tirón.

A partir de allí, el mundo se tornó demasiado borroso para tratar de darle sentido. No fue sino hasta el día siguiente que supe que la chica calabaza había hecho más que insultarme por cortar nuestro momento caliente con una oleada de vómito. Ella había arrastrado mi culo a través de la ciudad para asegurarse de que llegara a Rossings. Cargó conmigo durante todo el camino a mi habitación, me dejó en la cama y desapareció sin esperar nada de vuelta. Me hubiera gustado que exigiera una retribución, al menos de ese modo habría sido fácil ubicarla para tratar de arreglar el desastre.

El problema es que no sabía quién era. Ni siquiera tenía una imagen nítida de su rostro, sólo de unos ojos azul oscuro que lucían como gemas.

Después de una pobre e improductiva investigación, me enteré de que la rubia desconocida ya había sido vista en Rossings antes. Aparentemente, conocía a un residente del edificio. ¿Quién era y por qué nunca nos habíamos topado? No tenía idea. 

—Tenemos un almuerzo familiar mañana —le dije a Liam mientras buscaba una playera en el armario—. Mi padre nos dará el sermón de los veintidós si aparecemos en casa transpirando tequila. Dirá que soy un ejemplo asqueroso para Kelly y tú una pésima influencia para la familia.

—Hombre, ¿es mañana? —preguntó rascándose la cabeza.

—Sí, tarado. Le prometiste a mi madre que estarías allí. Sabes que te quiere como si te hubiera parido. Por una vez, aguanta las ganas de fusionarte con el alcohol.

—Pff, no seas marica. Hay que celebrar el inicio de nuestro último año. Ya arreglaremos lo demás mañana. Esta noche nos quiero borrachos y ligando como si no hubiera un después.

—Me sorprende que sepas lo que es tener sexo —declaré setándome en el borde de la cama para calzarme las botas militares—. De seguro has sido la última opción para mujeres que te han elegido.

—Chúpame la polla, Tob.

Sonreí burlonamente, a sabiendas de que mi mejor amigo se había quedado sin argumentos. Liam era buen tipo, pero su permanente estado de cachondez comenzaba a preocuparme. A veces no sabía si veía mujeres reales o trozos de carne listos para ser devorados. Tenía fama de prostituto en la universidad, y no era para menos. Personalmente, me sorprendía que aún no hubiera contraído alguna ETS.

Si era honesto, una parte de mí admiraba la rapidez con la que podía convencer a una chica de acostarse con él. Quizá era la combinación de pelo negro, tatuajes tribales y ojos esmeraldas lo que hacía que las mujeres se rindieran tan fácilmente. El cabrón poseía encanto y no dudaba en usarlo siempre que había oportunidad.

—Si no vas a beber —continuó a mi espalda—, más te vale no decepcionarnos con las apuestas. Me gusta la plata fácil en el billar.

—No esperes mucho de mí. —Me puse en pie recogiendo la billetera y el teléfono de la mesita de noche—. Sólo iré porque alguien debe cuidarte para que no sufras un coma etílico.

—Te has vuelto tan aburrido —refunfuñó—. No tenía idea de que Ángela había hecho un cachorrito de ti.

Bufé.

Miradas al Sol (Destinados II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora