NATHALIE
Cameron estaba actuando raro. Un par de días habían bastado para darme cuenta de que algo andaba mal. Bueno, quizá no mal, sino extraño. Comenzaba a pensar que existía una razón de peso detrás de su retraimiento, una que podía o no involucrarme. Últimamente parecía más serio de lo normal y, por mucho que intentara sacarle conversación, siempre terminábamos cayendo en un silencio que rozaba lo incómodo. Apenas seguía mis chácharas unilaterales y ya ni siquiera se despedía con un beso al dejarme en casa.
Podía pasar horas devanándome los sesos en busca de una respuesta que explicara su comportamiento y, al final, nunca obtener nada. Él no era grosero, tosco o cortante. Tampoco daba la impresión de estar molesto. Solo era muy callado, tal vez incluso distante. En más de una ocasión me había tentado la idea de preguntarle qué demonios iba mal, pero preferí mantener bajos los niveles de intensidad. No quería convertirme en la loca que veía actitudes extrañas en él, aún cuando era evidente que sucedía algo. ¿Y si estaba exagerando? ¿Y si todo se hallaba en mi cabeza? No habría sido raro considerando lo obsesionada que me sentía en aquellos días.
Mi deseo de quedarme pegada a él como un maldito mono persistía incluso en mis sueños, generalmente llenos de piel expuesta y sábanas removidas. También de conversaciones estúpidas que le sacaban una que otra carcajada. Me gustaba verlo reír. El gesto siempre era fugaz cuando provenía de Cameron, pero bastaba para calentarme el corazón y hacerme olvidar nuestras abismales diferencias. Después de la noche que pasamos juntos, creí que habría más de esas sonrisas. Me sentía tonta por haber esperado que todo mejoraría. Al final, lo único que había obtenido eran largas sesiones de silencios y miradas inexpresivas.
Seguramente toda esa impasibilidad tenía que ver con el sexo. O, mejor dicho, la falta de él. Lo más probable es que estuviera hartándose de esperar por algo que bien podía encontrar en otra parte. A lo mejor empezaba a notar que había algo dañado en mí. Un miedo helado me atenazaba los huesos cada vez que pensaba en preguntarle al respecto. Lo que menos deseaba era confirmar mis sospechas. No quería que él se cansara de estar conmigo, pero, por otro lado, tampoco podía culparlo si prefería alejarse. Desde el principio, nuestra no-relación se basó en algo físico que, para mi mala suerte, nunca había llegado a término. Viéndolo objetivamente, que yo estuviera enamorada no debía ser su problema.
Oh, Jesucristo. ¿Cómo pude pensar que este acuerdo me llevaría a un buen lugar? No es el fin del mundo. Solo es un hombre. Si todo se va a la mierda seguirás adelante. Quería convencerme de que no saldría herida de esto, pero todo era tan confuso y tan nuevo para mí que no sabía lo qué hacer. Como yo lo veía mis opciones se resumían a encarar a Cameron, dejar que las cosas siguieran avanzando o dar un paso atrás antes de que él lo diera, así me evitaría la decepción de no ser correspondida de la forma en que, secretamente, esperaba.
No dudaba que le importara, pero importar y querer son conceptos diferentes. Yo ya había saltado la barrera de la atracción y, por mucho que intentara, no lograba detener todo aquel frenesí. Si años atrás alguien me hubiera dicho que así se sentía el amor, me habría burlado. Habría dicho que era imposible sentir tanto dentro de un cuerpo, porque entonces la persona en cuestión hubiera explotado. Ahora que lo experimentaba de primera mano, descubría que no había ni pizca de exageración en la forma que los sentimientos son descritos.
Estaba en problemas.
—... y ahora quiere que te invite a la feria de navidad del pueblo para que tengamos una cita. Deberás presentarme a una amiga mientras estoy en Hampton. De lo contrario, verás a mi tía redoblar esfuerzos. No quiero ser un imbécil con ella, pero ya no sé cómo decirle que no estoy desesperado por encontrar una mujer. —Hubo un silencio y, de pronto, la mano de Goyle se agitó frente a mi cara—. Tierra llamando a Nathalie. ¿Dónde te metiste?
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Miradas al Sol (Destinados II)
RomanceNathalie Everett cree en el amor. El único problema es que no ha tenido suerte encontrando un tipo decente con quien experimentarlo, o al menos uno que no se hurgue la nariz en plena cena. Cameron Holt no cree en el romance. Hay demasiado en juego...