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NATHALIE


Sentada en el sofá de la sala, por fin abrí el paquete de gomitas. Encontré de todas las formas que alguien hubiera podido imaginar. Estrellas, ositos, corazones, delfines, formas geométricas y una docena más. No me explicaba cómo había tanta variedad en una bolsa de tamaño medio. Revolví a ciegas y me llevé un tiburón martillo a la boca. Fue imposible reprimir el sonido de satisfacción que escapó de mi garganta al probar el intenso dulzor que concluía en un dejo ácido. Tomé un corazón seguido de una mariposa, suspirando de placer por la sensación del azúcar derritiéndose en mi lengua.

Debería haberme sentido complacida por su regalo. En cambio, estaba un poco triste y muy confundida. No había querido despreciar la amabilidad de Cameron al echarle en cara los términos de nuestra no-relación. Pero, por otro lado, sentí que era el único modo de mantener nuestras ideas claras. Los límites estaban allí, marcados con pintura blanca sobre el asfalto. Como una brillante señal de PARE a mitad de la carretera. Como cinta amarilla alrededor de la escena del crimen. Cruzar significaba aceptar que había más entre nosotros y tenía miedo de adónde me llevaría admitir que guardaba ciertos sentimientos por él.

Puede que no fuera una experta, pero conocía las señales. El leve dolor en el pecho cuando nos despedíamos, le hormigueo en la piel siempre que estábamos cerca, la necesidad de verlo o escuchar su voz, la anticipación antes de encontrarnos, el deseo, los pensamientos. Jesucristo romántico, juro que no había día en que no pensara en él. Más de una vez, me había descubierto anhelando que mi turno terminara solo para encontrarnos en el estacionamiento de Mochee's, como todas las noches. Mi corazón saltaba con ese indicio de sonrisa suya que se había vuelto común en los últimos días. Estaba embarrada de emociones por Cameron Holt. Y asustaba porque, aunque tuviésemos cosas en común, éramos muy opuestos.

Además, había sido el primero en advertirme que no involucrara sentimientos en nuestro acuerdo. No era tan estúpida como para pensar que cambiaría de opinión de la noche a la mañana. No quería poner la poca estabilidad emocional que me quedaba en los hombros de alguien que cargaba con sus propios conflictos. Había una razón por la que había estado solo durante tanto tiempo y también había una razón por la que me sentía paralizada de miedo por una posible relación.

Claramente, ambos llevábamos a cuestas un montón de demonios de los que preferíamos no hablar, como si, al pasarlas por alto, lográsemos que desaparecieran. Rebasar el límite de "contacto impersonal" significaba depositar más confianza en el otro. No podía ceder. A duras penas conseguía charlar de asuntos personales con mi terapeuta. ¿Cómo iba a hacerlo con Cameron?

Cogí un puñado de gomitas y mastiqué despacio con la mirada puesta en la mesita de té. Las reglas y términos eran claras en mi mente. Sin embargo, no me impedían echarlo de menos. Se había ido tres días atrás y seguía sin saber nada de él. La pelea nos había dejado en el punto de partida, dónde volvíamos a ser torpes y secos. Había querido escribirle un mensaje, al menos para saber que todo iba bien, pero no quería que sonara como si estuviera intentando averiguar adónde se encontraba. Kelly tampoco dijo nada el día anterior, cuando había pasado por Mochee's para reabastecer su reserva de magdalenas. De hecho, su actitud fue evasiva ante mi disimulado interrogatorio.

Sabía que no debía preocuparme, pero era imposible contenerme. Así que allí estaba: empezando el día con gomitas como desayuno y un millón de pensamientos sobre Cameron Tobias.

Mastiqué una última gomita antes de sellar la bolsa de nuevo e ir a la cocina, donde un fregadero lleno de trastes me esperaba. Tenía que limpiar el apartamento antes de que me ahogara en suciedad. El problema es que no había espacio en mis días para tareas hogareñas. Con una mueca de cansancio, caminé a la sala y recogí mi bolsa del sofá. Ya estaba duchada y vestida con el uniforme del restaurante, lista para empezar a repartir la comida de mi madre a los pueblerinos. Todavía tenía la cabeza llena de mis conflictos existenciales, por lo que no me di cuenta del tipo que subía hasta que choqué con un pecho de concreto.

Miradas al Sol (Destinados II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora