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CAMERON


No pretendía convertirme en el prospecto perfecto para Nathalie. Podía ser bueno en muchas cosas, pero la caballerosidad no era una de ellas. Me sentía un poco torpe intentando agradarle a una mujer, como si estuviera mintiendo sobre mí mismo a fin de conseguir un revolcón. Quizá por ese motivo había desistido de buscar compañía femenina. Las actitudes de follador compulsivo que en el pasado me hicieron ganar lugar en la cama de una mujer, con el tiempo se volvieron ridículas.

Supongo que empecé a madurar, a ver la vida con los ojos de un hombre y no de un chico impulsado por las hormonas. No es como si extrañara esa parte de mí, de todos modos. Tenía cosas más importantes en las qué ocuparme que los líos de una noche. Sí, de vez en cuando me daban ganas de sentir algo más que mis manos en mi propio cuerpo. Las yemas de mis dedos cosquilleaban ante el deseo de tocar otra piel, pero había aprendido a lidiar bien con las desventajas del aislamiento.

O al menos eso creí hasta que vi a Nathalie. Ahora parecía que todo en mí volvía a cobrar vida. Y lo odiaba. Nadie debería tener ese nivel de control sobre el cuerpo o la mente de alguien más. No había podido concentrarme en días. A decir verdad, no había podido concentrarme en semanas. El trabajo que siempre fue mi obsesión se estaba convirtiendo en una actividad secundaria frente al enjambre de pensamientos que zumbaba dentro de mi cabeza. Cada uno llevaba el nombre de Nathalie Everett impreso en tinta indeleble, como si ella misma los hubiera marcado con su voz o su olor.

No quería admitirlo, pero estaba interesado en más que nuestro jodido acuerdo. Algo en la chica rubia de ojos de zafiro me llamaba y atraía. Era frustrante tratar de mantener la mente enfocada cuando solo quería verla otra vez. Me había inventado cien excusas para acercarme a la cafetería y pretender que mi única intención era disfrutar de una bebida como cualquier cliente. Los pretextos se me estaban acabando, junto con las ganas de seguir fingiendo que no tenía ningún interés aparte del físico.

Me gustaba. Me descolocaba. Era absurdo considerando lo poco que nos conocíamos. Joder, ni siquiera habíamos follado y yo ya me sentía al borde de una aparatosa caída. ¿Cómo habíamos llegado a este punto, donde me preocupaba lo suficiente por su seguridad para proponer acompañarla a casa? De acuerdo, eso último tenía una explicación menos romántica que mi fiero interés por cuidarla. El sentimiento de protección no fue lo único que me convenció de ofrecerme como opción de viaje. Fue Kenneth, el sujeto que había estado a un paso de golpear aquella mañana en la cafetería.

Lo encontré en la floristería una tarde cualquiera. Había ido al lugar bajo la orden expresa de Adalyn Walsh de conseguir más aceite de parafina. No me hacía ninguna gracia salir de mi madriguera para comprar más medicina para Huesos. Pero, dado que era el principal responsable de la recuperación del maldito árbol, no me quedaba más opción que cerrar la boca y obedecer. Realmente le estaba poniendo empeño a eso de curar el almendro de Julian. No quería ver a mi tío enloqueciendo de tristeza por la muerte de una planta.

Mi ceño fruncido se acentuó mientras cogía dos recipientes de aceite del mostrador de madera. Intentaba decidir cuál le serviría mejor a Adalyn, quien se había encargado de instruirme sobre las especificaciones y cómo algunas marcas resultaban más efectivas que otras. De pronto, una voz a mi derecha dijo:

—Yo que tú, me llevaría el de envase rojo.

Giré el rostro encontrando al tipo de gafas gruesas con el que había discutido en Mochee's.

—Tiene mejor efecto en plantas infestadas con hongos.

—No te estoy preguntando —gruñí. ¿Qué diablos se traía este idiota?

Miradas al Sol (Destinados II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora