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NATHALIE


No era ilusa. Sabía que mi conflicto de cama (o lo que sea que me pasara), no se detendría de la noche a la mañana sólo porque había aceptado la extraña propuesta de Cameron. Aún no podía creer que me hubiera metido en semejante lío. ¿Por qué lo había hecho? Tal vez la desesperación estaba empezando a dominarme. A este paso, no tardaría en convertirme en una mendiga del sexo. Siempre yendo en busca de tipos dispuestos a lidiar con mi incapacidad para sentir placer y mis episodios de miedo.

Quería convencerme de que las relaciones no eran tan importantes, pero mis tontas esperanzas alrededor del amor me impedían ser más racional que emocional. Era una mujer de veintitantos que nunca se había enamorado. Nadie podía culparme por soñar con un romance ideal. Dudaba que la cosa con el hombre de mi vida funcionara siendo el bicho raro que era. Jesucristo amoroso, a duras penas lograba mirarme desnuda frente al espejo. Cada vez se volvía más difícil quitarme la ropa en presencia de compañía masculina.

Esto no era timidez. Yo nunca había sido tímida conmigo misma.

Esto era algo más. Algo desconocido. Un terror despiadado y lacerante que me inmovilizaba por dentro y parecía ir siempre en aumento.

Creo que ese pavor desmedido fue lo que me hizo aceptar el arreglo con Cameron. También ayudaba que ninguno de los dos tuviera más intenciones que un posible revolcón. No era como si estuviésemos esperando cumplir las espectativas románticas del otro. No teníamos que esforzarnos para ser agradables durante una cena perfectamente planificada o recurrir a frases coquetas que nos dejaran pensando en cómo dar el siguiente paso. Sí, habíamos empezado con el pie izquierdo años atrás, pero todo lo que sucedió y continuaba sucediendo entre nosotros era crudo y real. Quizás demasiado real para nuestro propio bien.

Éramos lo que éramos. Sin atajos ni variantes. Conocía su poco tacto al hablar y él conocía mi poca disposición a cerrar la boca frente a cualquier comentario. Nos bastaba.

Además, Cameron era el único con quien había hablado abiertamente de mis temores íntimos. Mejor aprovechar nuestro nivel de confianza para algo bueno. Ya habíamos cruzado la línea de una posible timidez al quedarnos desnudos en una habitación. Joder, unos centímetros habrían bastado para acercarnos de esa forma clásica en que se hacen los bebés. Sus centímetros, si sabes a lo que me refiero (guiño, guiño). Desde un punto de vista desapasionado e imparcial, nuestro arreglo tenía toda la lógica del mundo. ¿Quién más iba a servirme como conejillo de indias, sino él? ¿Quién más iba a funcionar para sus propósitos de tocar de nuevo a una mujer, sino yo, la causa de su deseo involuntario?

El plan era perfectamente razonable. ¿Dónde y cuándo comenzaba? Bueno, mi cerebro seguía trabajando en ello. Por el momento, había decidido que dejaría las cartas en manos del maestro del sexo mientras me ocupaba de encontrar una solución más adecuada para una mujer adulta. Cameron era el plan B funcionando a la par del plan A. Si ambos fallaban, bien podía empezar a rescatar gatos. Necesitaba juntar mi mierda, desechar lo malo y seguir adelante como cualquier ser humano.

No soportaba la idea de vivir estancada.

El fiero deseo de superación había arrastrado mi trasero hasta Sherman, el pueblo más grande de los alrededores. Conduje el viejo Challenger por la rampa que llevaba al estacionamiento del consultorio y, una vez dentro, apagué el motor. Tuve que inventarle un cuento chino Abu para lograr que me prestara su coche. Ella no creyó en mis palabras, pero tampoco puso problemas en dejarme ir. Sus ojos sabiondos me dejaron saber que esperaba una explicación en el futuro cercano.

No fue tan terrible mentirle a mi abuela adoptiva como lo fue hacerlo con mi madre. Su rostro expectante y preocupado casi me hizo confesar adónde iba. En lugar de soltar la sopa, forcé una sonrisa brillante y usé la vieja excusa de encontrarme con una amiga lejana que nadie conocía. No sabía qué pretextos no tan gastados tendría que usar en el futuro para explicar mis continuas ausencias. Este era mi secreto y no quería que nadie, ni siquiera mi familia, supiera por qué había decidido ver a un terapeuta.

Miradas al Sol (Destinados II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora