CAMERON
Cogí la taza y le di un sorbo a mi café. El líquido estaba tan frío que tuve que forzarme a tragar. Con una mueca, cerré la línea de código sobre la que trabajaba y abandoné mi lugar detrás del escritorio para dirigirme fuera de la oficina. Casi alcanzaba la cocina cuando sentí una ola de debilidad recorrerme los huesos. La taza escapó de mi mano produciendo un sonoro chasquido al impactar contra el suelo. Apoyé la espalda en la pared y me deslicé hasta el suelo. Lo último que quería era sufrir una caída.
Ya me había pasado antes. Demasiadas veces.
Cerré los ojos intentando controlar el ritmo desigual de mi respiración. La cabeza me daba vueltas como una jodida ruleta, y un pitido sordo hacía retumbar mis tímpanos. Conté hasta veinte apretando los puños cada tanto para probar la fuerza de mi cuerpo. No era mucha, pero me alivió sentir que regresaba poco a poco. Eventualmente, pude parpadear.
Fue en aquella posición, tirado en medio del pasillo, que mi madre me encontró.
—Estoy bien —dije antes de que entrara en pánico.
Lo hizo de todos modos. Dejó las bolsas con las compras sobre la encimera y acortó la distancia que nos separaba a paso veloz.
—Cuidado con la taza.
Pateó los trozos de porcelana y se acuclilló junto a mí.
—¿Qué pasó?
—Un mareo. No fue nada.
—Siempre dices lo mismo.
—Ya casi no lo siento.
—¿Puedes pararte solo? —No respondí—. Eso pensé.
—Estoy bien —repetí inútilmente.
Katherine me ignoró, tomó ambos lados de mi cara y observó mis ojos de cerca.
—Tienes las pupilas dilatadas. ¿Puedes verme?
—Sí.
—¿Con claridad?
—No.
—De acuerdo —escuché el temblor en su voz—. Vamos a ponerte en pie, ¿vale? Tendrás que ayudarme porque estás muy pesado.
Hice lo mejor que pude, dejando caer solo una parte de mi peso en sus hombros. Mi madre me condujo a un taburete de la barra, donde descansé mientras ella avanzaba al cuarto de baño para buscar no sé qué cosa. Regresó pasados dos minutos trayendo consigo el tensiómetro y la linterna ocular. Mantuvo el rostro inexpresivo durante todo el tiempo que le tomó medirme la presión; su mirada denotaba concentración y su postura rígida una mal disimulada angustia. Incluso el oscuro cabello rizado contenido en esa pañoleta roja parecía desprender estrés.
—Estás en el límite, aunque dudo que sea la presión —murmuró para sí misma evaluando el número—. Parece algo más.
Me quitó el brazalete y lo hizo a un lado antes de tomar la linterna.
—¿Tienes jaqueca?
—No.
—¿Náuseas?
—No.
Apuntó la luz, primero a un ojo, luego al otro.
—No me gusta cómo se ven. —Frunció el ceño—. Hay mucho rojo ahí. No quiero ni pensar en una posible neuritis o una filtración.
La tranquilicé diciendo que ya podía verla claramente. Katherine me interrogó sobre los medicamentos.
—Los tomo todos —le aseguré—. Los del corazón, los del cerebro, las vitaminas. Todos.
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Miradas al Sol (Destinados II)
RomanceNathalie Everett cree en el amor. El único problema es que no ha tenido suerte encontrando un tipo decente con quien experimentarlo, o al menos uno que no se hurgue la nariz en plena cena. Cameron Holt no cree en el romance. Hay demasiado en juego...