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CAMERON


Extraje la pastilla del frasco y la dejé junto a las otras dos en mi palma. Se suponía que esto era lo que se encargaba de mantener mi cerebro en orden mientras me aprobaban la operación, pero ya no creía que funcionara tan bien como antes. Los dolores iban y venían con más frecuencia cada vez. Sabía que debía tomarme un descanso, pero era demasiado terco para ceder, demasiado obstinado para aceptar que estaba en riesgo y que cualquier ataque podía matarme.

Lancé el trío de píldoras a mi boca y las tragué con un vaso de agua. El hombre de gafas que encontré frente al espejo lucía saludable. Salvo por los ojos enrojecidos, su aspecto general era el de un tipo común en la plenitud de su vida. Tenía el pelo moreno más largo de lo habitual y la piel un poco más pálida debido a la falta de actividad al aire libre. Le había crecido la barba y, aunque había perdido unos cuantos kilos, todavía era el retrato de alguien normal, alguien aparentemente fuerte y lozano.

Si tan solo hubiera sido cierto.

Con un suspiro cansado, devolví los medicamentos a su lugar dentro de los cajones del lavabo y abandoné el frío baño. Afuera, la lluvia caía implacablemente. Observé las líneas finas y constantes deslizarse por la ventana del estudio. No me gustaban los días nublados ni cualquier forma de oscuridad que se le pareciera, lo cual era irónico considerando que venía de Seattle: uno de los lugares menos soleados del país. También había otra razón por la que detestaba el repiqueteo intermitente de la lluvia.

—Tobbie...

La noche estaba llena de sangre, agonía y olor a gasolina. La punzada que latía en mi costado no era nada comparada con el fiero dolor que martilleaba en mi cabeza. Conforme más crecía la presión, más me sentía desvanecerme. Comenzaba a flotar, a vagar y volar. Solo podía pensar en el dolor y cualquier forma de detenerlo. No había espacio para más en mi mente. Ni para la madre inconsciente que yacía dentro del auto ni para el padre que se desangraba lentamente en el asiento del copiloto.

—Tobbie.

El sonido de la lluvia se mezclaba con la débil nota de su voz. Era vidrio roto y llanto lejano. Como un ave herida de muerte que emite su último canto. Intenté moverme para salir del estupor en el que la pérdida de sangre y el aguijonazo en mi cabeza me habían hundido, pero no pude. Mis intentos se resumieron a un quejido y un débil parpadeo. Las líneas de mi borrosa visión no eran nítidas, pero pude identificar la pequeña figura tendida en el pavimento, no muy lejos de donde yo había llegado. Estaba rota. Mi hermanita estaba rota y herida más allá de cualquier reparación.

—Tobbie.

Sacudí la cabeza ante el recuerdo que siempre me atormenta. Todo habría sido diferente si yo no lo hubiera estropeado. Después de dos años, el pensamiento seguía siendo una constante en mi vida. Habría dado cualquier cosa por devolverle a Kelly lo que perdió, a mi madre lo que vio morir y a Christine lo que le fue arrebatado. Había días en los que era más difícil levantarme de la cama y verme al espejo. Días en los que recordaba con más fuerza y sentia más dolor del que podía esconder. El trabajo no servía para distraerme ni liberarme, pero lo intentaba de igual manera porque, ¿qué otra opción tenía?

Tomé asiento en la silla frente al escritorio y reanudé la labor que había dejado pendiente minutos atrás. Las líneas de código brillaban en diferentes colores dentro del programa. Continuaba trabajando en la misma página web del conglomerado editorial que buscaba expandirse. Aún teníamos por delante la creación de una aplicación y un sitio de ventas que debíamos entregar a finales de mes. Estaríamos en problemas si no lográbamos ajustar el ritmo de trabajo para terminar a la fecha.

Miradas al Sol (Destinados II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora