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NATHALIE


—Los Ángeles es extraordinario, Natt. Ojalá pudieras verlo —decía mi hermano mayor desde el otro lado de la línea telefónica—. Apuesto a que te encantaría echarle un vistazo a la costa. 

Sonreí.

—Me has enviado suficientes fotos.

—Unas más no te harán daño. Sé cuánto te gustaría pasearte ir a la playa.

Era cierto.

—¿Cuánto tiempo te quedarás en la ciudad? —pregunté, entusiasmada por su alegría.

—Hasta que el jefe lo diga. Supongo que dos o tres semanas, depende de lo que dure el trabajo.

—¿Qué tal va eso?

—Pesado —respondió con un suspiro—. El diagnóstico nos tomó dos días. Es una casa antigua. Fachada victoriana, pasillos oscuros, techos señoriales, ya sabes. La familia la quiere como nueva antes de venderla. Parte de una herencia o algo así.

—Suena divertido.

—Porque no has visto el chiquero.

—Vamos, si no fuera por la casucha no estarías disfrutando California.

—No me quejo de la ciudad, me quejo de las termitas, el moho y las ratas.

Reprimí un estremecimiento.

—Elegiste la ingeniería para vivir.

—No me lo recuerdes.

Mi sonrisa fue grande esta vez. Austin trabajaba para una compañía de restauración de inmuebles. En realidad, era socio minoritario. Había dejado sus ahorros en el proyecto cuando el padre de su mejor amigo le propuso la inversión, unos tres años atrás. El negocio tenía un futuro prometedor, pero aún se encontraban en la etapa dura, esa donde tienes que trabajar hasta partirte la espalda para pagar impuestos, sueldos y demás. Labrarse una reputación no era fácil, así que, de momento, aceptaban trabajos en otros estados. 

Con un poco de suerte, y algo más de inversión, podrían tener su propia sede en Sacramento, que era donde inicialmente habían comenzado.

—Por cierto, mamá está enojada contigo —comenté cambiando de tema—. Dice que ya no la llamas.

Escuché un suspiro.

—Le envié un testamento bastante meloso el día de la madre.

—No es suficiente, sabes que te extraña.

—También los extraño. —Efectuó una pausa antes de añadir—: Sé que me querían en Hampton, pero no podía quedarme para ser como todos los demás. Además, produzco buen dinero aquí.

—Sólo llama más seguido —insistí—. Te echamos de menos, sobre todo papá. El otro día, en la barbacoa, dijo que hacían falta tus alitas. ¿A qué persona cuerda le gustan tus alitas? La única vez que las probé tuve indigestión.

Austin rió entre dientes.

—A todos les encanta.

—Sólo comen para no hacerte sentir mal —expresé rodando los ojos—. En fin, repórtate con más frecuencia, ¿quieres?

—Lo haré —prometió—. Perdón, Nathy. Es que hay tanto trabajo que siempre acabo muerto. No es que me queje si puedo ayudarlos con algo de dinero. ¿Sirvió lo último que envié?

—Por supuesto que sirvió. Una cuota menos del crédito es un peso que nos quitamos de encima.

—Si este proyecto termina bien, enviaré más el próximo mes —aseguró—. Sé que papá no quiere incomodar, pero no me importa echarles la mano hasta que logren estabilizarse.

Miradas al Sol (Destinados II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora