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CAMERON

Tecleé una cordial frase de despedida en alemán y, seguidamente, pulsé el ícono ENVIAR. Mi ceño continuó fruncido aún después de que apareció en la pantalla la notificación de mensaje enviado.

—¿Problemas en el trabajo? —preguntó mi madre desde el asiento del conductor.

Le di un escueto:

—Algo así.

—Deberías descansar. No has parado de trabajar desde que salimos de la ciudad.

—Y tú no has parado de conducir. ¿Segura que no quieres ayuda?

—No, ya casi llegamos. Mira, allí está el aviso.

Alcé la mirada distinguiendo la señal verde brillante a través del parabrisas. Las palabras Bienvenidos a Hampton Valley destacaban en blanco contra un sucio fondo verde. La entrada, al igual que el último tramo que habíamos recorrido, no poseía ninguna característica especial. De hecho, parecía más una zona campestre que otra cosa. Lo único sobresaliente eran los almendros de copas rosadas que se mecían con el viento. 

—¿Qué te parece?

—¿Qué quieres que te diga? —murmuré abriendo mi bandeja de entrada para responder a otro correo.

—Vamos, Tobbie. No negarás que es agradable. —El tono de mi madre era conciliador, lo cual provocó que el diminutivo de Tobías, mi segundo nombre, sonara un tanto empalagoso—. Sé que estás acostumbrado a tu enorme apartamento de soltero y tus calles atestadas —continuó—, pero los pueblos pequeños tienen su encanto.

—No hace falta que me convenzas. Ya estamos aquí.

—Podrías mostrar un poco más de entusiasmo —espetó con un suspiro cansado.

—Sabes que no se me da el falso entusiasmo, Katherine.

—Santo cielo, tan serio como tu padre. Dos gotas de agua —enfatizó y yo torcí el gesto—. Si dejaras de trabajar por un momento y vieras el lado positivo de las cosas...

—Estoy crecidito para los sermones, ¿no te parece?

—No es un sermón, es una opinión.

—No la necesito.

El silencio cayó y supe que había sido demasiado brusco. Respiré hondo cerrando la laptop en mi regazo. Entonces observé a la mujer que aferraba el volante con una expresión rígida en el rostro. Mi madre poseía un porte elegante que, a sus cincuenta y tantos, prevalecía intacto. Tenía pómulos llenos, cejas arqueadas y un rizado cabello castaño, apenas contenido en ese moño de aspecto desordenado que le había visto usar desde niño.

—Sabes que no siempre soy bueno con las palabras. —Me rasqué la mandíbula, incómodo—. Este parece un buen lugar. Tal vez sea encantador y toda esa puta mierda.

—Toda esa puta mierda —resopló.

De acuerdo, puede que lo estuviera empeorando.

—Mira, yo...

—Sé que no querías venir, pero esta es una buena oportunidad para ti y Kelly —subrayó sin darme oportunidad a continuar con mi patético intento de arreglarlo—. Y sé que me dirás "tengo veintiocho años y no necesito arrastrar el culo a cualquier parte donde va mi madre" —añadió—. Entiendo tu posición de hombre adulto queriendo llevar las riendas de su vida. Sin embargo, los tres estuvimos de acuerdo en que la ciudad ya no era un lugar apropiado para vivir. 

—Y por eso estoy ocupando el asiento del copiloto —repliqué entre dientes.

—Bien, muestra un poco...

Miradas al Sol (Destinados II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora