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NATHALIE


¿Alguien había succionado el oxígeno de la Tierra? Porque sentía como si mis pulmones no se estuvieran llenando lo suficiente. Joder, él realmente estaba aquí. No sólo en Hampton. Me refería a aquí: el lugar en el que mamá y yo solíamos limpiar para conseguir un extra de dinero.

¿Dijo que Julian era su tío o entendí mal? Bueno, nadie podía culparme por no poner atención cuando tenía a un tatuado y musculoso hombre frente a mí. Jesucristo sin camisa, recordaba que estaba bien formado en la universidad, pero ahora era como guao y oh, me estoy babeando y también con permiso, tengo que abanicarme.

Incluso mientras avanzaba hacia la residencia principal, percibía el calor de sus ojos apuntando directo a mi espalda. O tal vez a mi trasero. Ya sabes, los tipos nunca pierden el tiempo. Y, después de la buena ojeada que le di, diría que yo tampoco. Piel levemente bronceada, cabello húmedo por el sudor, voz grave y áspera, de la clase que destaca por ser masculina. No hablemos de todas esas líneas de venas y músculos definidos.

Basta. 

El subidón de calor seguía golpeando mis venas como si aún lo tuviera cerca. No tenía sentido considerando que ¡fue un idiota de principio a fin! Su tono poseía un filo demandante que me puso los nervios de punta de inmediato. Era como escuchar a un militar emitiendo órdenes en mitad de un campo. Sí, entré sin permiso, pero no tenía idea de que iba a encontrarme con él después de terminar mi labor en el baño. Casi me encogí al pensar que se trataba del mismo Cameron que vi en la cafetería. El mismo Cameron a quien quería arrancarle la piel años atrás, primero por pasión y luego por absoluta furia.

Y él me recordaba. Eso era incómodo.

No podía creer que hubiera usado el recurso de hacerme la desentendida para reprimir la vergüenza que suponía encontrarnos cara a cara. Claro que a él no pareció importarle ahora. Se mostró sucinto e imperturbable, como si no hubiera justificación alguna para fijar los límites de nuestra relación ahora que nos habíamos topado de nuevo. Y esos límites eran, nada más y nada menos, que de jefe y empleada.

Era la mujer del servicio. La que limpiaba la casa del anciano solitario a cambio de un pago que buscaba cubrir una pequeña parte de nuestras deudas familiares. ¿Es donde pensé que estaría cuando finalmente logré licenciarme en Literatura? Desde luego que no. Pero la vida da vueltas como una ruleta, así que estaba de vuelta en Hampton.

Y, por alguna razón, Cameron también.

De todos los lugares en el mundo, tuvo que caer en mi pueblo. Ahora estaba enojada. Acalorada y enojada.

Crucé la esquina del sendero que conducía a la entrada lateral de la casa más grande. Las ruedas de la cubeta llena de implementos de limpieza traqueteaban contra la terracota, pero no dejé de arrastrarla con fuerza detrás de mí. 

Justo antes de atravesar las puertas francesas, me permití un momento de debilidad y eché un vistazo por encima de mi hombro. Cameron ya había desistido de observarme como un halcón. Seguramente ahora mismo se encontraba en el camino a la ducha. ¿Dijo que se bañaría o fui yo quien lo imaginó? ¿Estaba mal visualizar a alguien desnudo? ¿Podía traducirse en una especie de acoso sexual? 

Dios santo, estaba enferma.

Tras un resoplido y un regaño mental, me interné en la propiedad. Recorrí el pasillo lateral, donde se hallan las puertas que conducían al lavadero y el sótano, y avancé hasta la cocina esperando encontrar a mi madre ocupada en los aparadores. Ella estaba limpiando la vajilla de porcelana y los espacios entre la alacena, solo que no era la única en la estancia. El viejo Julian le hacía compañía junto con otras dos mujeres que, debido al gran parecido, tenían el aspecto de ser madre e hija. 

Miradas al Sol (Destinados II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora