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CAMERON


El plan era sencillo: entregar el dinero, no patear el culo de nadie y salir de ese callejón como si nada hubiera pasado. Aparentemente, el centro de operaciones de la pandilla era bien conocido entre todos; una especie de secreto a voces entre la multitud de Hampton. La verdad me importaba poco el aura amenazante que había alrededor del nombre Stefan y de su jauría de perros. Lo único que quería era ponerle fin a la relación indirecta entre Nathalie y esa escoria. Si Blake estaba a salvo significaba que el resto de los Everett lo estarían. Ya tenían suficiente con un chico de la familia apuñalado. No necesitaban más peligros acechándolos.

Enfield Street era la zona del pueblo catalogada como peligrosa, donde los criminales hacían sus juergas y la policía recurría con frecuencia para ejecutar alguno que otro allanamiento. Las casas mantenían el mismo aspecto descuidado formando hileras de miseria a ambos lados de la calle. Era extraño la forma en que todo cambiaba en este lado del pueblo. Parecía como si de algún modo, una maldición hubiera arrasado con el brillo y la belleza natural del resto de Hampton.

—¿Entonces hablaste con él? —inquirió Daven desde detrás del volante. Le dio una mirada seria a Blake a través del retrovisor cuando este tardó en responder.

—Lo llamé hoy temprano. Dijo que no había problema en que me acompañaras.

—¿Mencionaste a Cameron?

—No.

Dejó escapar un suspiro insatisfecho. Luego me observó de reojo.

—Lo mejor será que te quedes en el auto. A los tipos como Stefan no le gustan las sorpresas ni los desconocidos.

Guardé silencio y centré mi atención en el camino que se extendía frente a nosotros. Había pasado tan solo un día desde nuestra conversación en el bar. Con el dinero en mi poder, no necesitaba ninguna excusa para extender esta mierda. Cuanto antes saldáramos la deuda mejor. Además, no quería que Daven se retractara de su palabra. Necesitaba alguien confiable como él para resolver esto. Que fuera el mecánico de confianza de esos imbéciles era un adicional que podía usar a mi favor. Dudaba que el rostro de Blake generara la misma simpatía hacia los tipos a quienes le debía plata desde Dios sabe cuándo.

Aún no entendía bien qué me había impulsado a pedir la ayuda de un desconocido. Llámalo desesperación o estupidez. Como fuera, algo me decía que confiar en Blake no era una alternativa. Puede que no fuera un mal tipo, pero con lo que sabía de él me bastaba. Era un tonto con el dinero. La muestra era el lío en que se había metido. Ahora resultaba que yo mismo acababa de involucrar a alguien más en el desastre. Esperaba que todo saliera bien. Esperaba que ninguno de los tres, especialmente Daven, saliera lastimado por mi culpa. Después de todo, fue mi petición la que aceptó y era su hijo quien lo esperaría en casa esa noche.

Casi pensé que se arrepentiría. En cambio, fijó el momento del día en que nos encontramos y le dio la orden a Blake de llamar a Stefan. Se hizo cargo de la situación incluso mejor de lo que yo lo habría hecho. Por tanto, era imposible que me quedara en el auto viendo cómo resolvía el resto del problema por mí. El dinero no significaba nada si yo no estaba allí para verlo ser entregado. Además, ¿qué clase de cobarde lanzaba responsabilidades sobre los hombros de otro y permanecía al límite de las consecuencias? Yo no. Eso era seguro.

—Es aquí —anunció Daven al tiempo que detenía el auto frente a un edificio de aspecto viejo—. Puedes quedarte mientras...

—No voy a quedarme en el coche —lo corté.

Frunció el ceño en mi dirección.

—Eso podría volverse en nuestra contra.

—Mantendré la boca cerrada, pero entraré de igual forma. Fui yo quien te pidió ayuda, no me pidas que me haga a un lado.

Miradas al Sol (Destinados II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora