CAMERON
Después de conseguir un nuevo ungüento para Huesos en la floristería, me dirigí a la tienda de comestibles, donde Julian compraba su extraña comida (que incluía tarros de miel, paquetes de pan integral y bolsas de granola). Había insistido con que lo acompañara y, dado que yo tenía un encargo pendiente de Adalyn para encontrar más medicina recetada por el floristero, no tuve más remedio que aceptar.
Llevé el barril de compuesto al estacionamiento de la tienda y lo dejé en la zona de carga de la vieja camioneta de mi tío. Él emergió del local al mismo tiempo que yo me recostaba contra la puerta del copiloto. Vestía su acostumbrada bata de mandalas y sus sandalias de cuero favoritas. La barba había sido recortada recientemente, al igual que el pelo. El resultado no era el más asimétrico del mundo, pero funcionaba para él. Había intentado convencerme de cortarme el cabello desde que hizo ese desastre con el suyo. Obviamente, me negué. Prefería lidiar con un pelo largo que con un corte mal hecho.
—La peor parte de vivir en un pueblo pequeño es saber que no vas a conseguir nada —se quejó, y, entre refunfuños, rodeó el auto para ocupar el asiento detrás del volante.
Abrí la puerta, pero me detuve en el último segundo con la mirada puesta en el restaurante que destacaba al otro lado de la calle. Era temprano, pero yo sabía que Nathalie siempre llegaba antes de que el sol saliera.
—Vuelvo en un minuto —le dije a Julian antes de trotar hacia el local.
La brisa gélida me quemó la piel del rostro mientras hacía el recorrido a la entrada. Adentro, reinaban los chasquidos de los cubiertos, el silbido del aceite que chisporroteaba en la cocina y el murmullo generalizado de quienes pedían su comida. Vislumbré a la madre de Nathalie detrás de la barra acomodando panecillos en una bolsa de papel. Acorté la distancia en cinco zancadas y la abordé. Ella respondió a mi saludo amablemente.
—Quería saber cómo estaba Nathalie —dije sin poder contener la ansiedad en mi voz—. Anoche le escribí y dijo que vendría al trabajo hoy. Esperaba encontrarla aquí.
—Me envió un mensaje temprano. Sigue un poco enferma.
—¿Qué es lo que tiene?
—Un resfriado, aunque me aseguró que no es nada de qué preocuparse. Francamente, espero que sea verdad. —Suspiró—. No hemos podido salir de aquí para verla, pero ayer envié a Blake a darle un ojo y le mandé comida de la que le gusta. Emely pasará la noche con ella el fin de semana, así no estará sola mientras se recupera. Necesita descansar después de lo que pasó.
Fruncí el ceño.
—¿Qué dijo Blake cuando la vio?
—Que estaba un poco desvalida, ya sabes. La llamo cada hora para saber que se está alimentando, pero sigo preocupada. Haré sopa más tarde y se la enviaré con alguien. Su padre y yo no estaremos libres hasta mañana en la tarde.
—Entiendo
—Seguro que te contactará en cuanto se sienta mejor.
—Claro.
Me despedí y avancé a la puerta, confundido por lo que estaba sucediendo. Nathalie no era de las que dejaba de trabajar por un simple resfriado. Tampoco de las que se aislaba en un apartamento o aceptaba que la gente la cuidara. Ella llevaba las riendas con o sin catarro, con o sin cansancio. Era el tercer día que no aparecía en Mochee's; el tercer día que yo abandonaba el lugar con una mala sensación en la boca del estómago. Sentía que había algo que no estaba viendo, como si una gruesa pared de plástico se interpusiera entre mis sospechas y la verdad.
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Miradas al Sol (Destinados II)
RomanceNathalie Everett cree en el amor. El único problema es que no ha tenido suerte encontrando un tipo decente con quien experimentarlo, o al menos uno que no se hurgue la nariz en plena cena. Cameron Holt no cree en el romance. Hay demasiado en juego...