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CAMERON


La gente hace cosas tontas por amor. Es como si el sentimiento mismo nos empujara a vivir en un trance. De pronto, eres capaz de darlo todo por alguien. Te esfuerzas sin darte cuenta, luchas sin notar el cansancio y sacrificas tu mundo sin que te importe una mierda lo que sea que estás a punto de perder. No me di cuenta de que estaba enamorado de Nathalie hasta el día en que metí setenta mil dólares en efectivo en una mochila y caminé fuera del banco con paso decidido. Una fiera determinación impulsaba mis movimientos, como si mi mente hubiera sido absorbida por el deseo de saldar aquella deuda que pondría a salvo a la mujer que me importaba.

Mi madre me esperaba en el amplio estacionamiento del edificio. Desde lo lejos, la observé tamborilear los dedos con impaciencia sobre el volante. Cualquiera que la mirara pensaría que habían pasado horas desde que me fui, en lugar de unos escasos treinta minutos. Ya tenía la cita programada con el asesor bancario, de modo que solo debía presentarme para extraer de mi cuenta personal el dinero que necesitaba. Katherine había intentado conseguir información sobre el objetivo detrás de mi visita al banco. Sin embargo, no le di nada. Lo último que necesitaba era provocarle otro dolor de cabeza a quien ya vivía preocupada por mí.

—¿Eso es efectivo? —preguntó ni bien me metí a la camioneta.

Tuve que contenerme para no rodar los ojos. Ella no se daba por vencida. No lo había hecho durante todo el camino a Seattle y no lo haría ahora que teníamos un largo trayecto por delante.

Jesús.

—¿Qué demonios necesitas hacer con tanto dinero? —inquirió con una mirada cargada de sospecha—. ¿Le debes a un prestamista o algo?

—No.

—Entonces, ¿por qué te has comportado tan raro desde que salimos de Hampton?

—Deja de imaginar cosas. Va a explotarte el cerebro, mamá.

—Me sorprende tu capacidad para fingir que no estoy vigilando en cada paso que das. Y no me llames mamá cuando sabes perfectamente que es mi debilidad. ¿Crees que soy tonta, que no te conozco?

—Desearía que no lo hicieras.

—Vamos, Tobias. No estás metido en algún lío, ¿o sí?

—No. Lo juro.

—¿Y qué significa el dinero?

Suspiré antes de responder:

—Haré algo bueno por alguien. —Giré la cabeza y observé a Katherine fijamente—. Es lo único que te diré. ¿Es suficiente o tendremos una hora más de interrogatorio? Porque, créeme, no servirá de nada.

—Me preocupo por ti.

—No es necesario esta vez.

Mi madre ladeó un poco la cabeza, como si estuviera debatiéndose entre dejar pasar el tema o insistir hasta que ambos termináramos inmersos en una pelea. La guerra de miradas se extendió por un minuto más. No parpadeé y ella tampoco retrocedió. Sin embargo, un vistazo a mi mochila pareció convencerla de mi decisión de guardar silencio. Sabía que no mentía cuando dije que el dinero estaba destinado a una buena acción. Si algo teníamos en común, es que ninguno de los dos era bueno para las tretas. Preferíamos el silencio, en lugar de soltar mentiras tontas para ocultar cosas más graves.

El gesto final de su insatisfacción llegó en la forma de un resoplido.

—Como quieras. Pero si alguna vez aparecen delincuentes en mi casa, recordaré que te vi cargando una mochila repleta de plata.

Miradas al Sol (Destinados II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora