La mujer de nadie: Capítulo Final

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—¿Y cómo iba a saberlo? —clamó—. Si tú nunca me has hablado de amor...

—No estás ciega, y con toda seguridad puedes leer lo que hay en el corazón de un hombre cuando éste te mira. ¿De verdad no sabes que cuando encendí la vela en la catedral de Heraclión fue para rogarle a Nuestra Señora que despertase en ti los sentimientos que ya me poseían? Y en el yate, cuando te deseé con tanta desesperación y te dije que te amaba, ¿te has olvidado de eso?

—¡Pero no era cierto! ---Entonces, ella pensaba que Justin estaba representando un papel, pero ahora tenía sus dudas.

—Ya veo que lo recuerdas —afirmó Justin en tono de mofa —. Ah, ______[tn], puedes reírte de mí si quieres... no tengo defensas. Creía que me había enamorado de una mujer que me igualada en todos los puntos. Una hermosa mujer que se enfrentaría a los desafíos que nos presentase la vida —la miró con ternura—. Hay en mí demasiado de mi padre para contentarme sólo con la belleza. He esperado durante mucho tiempo a la chica de mis sueños... y tú eras esa mujer. Lo supe mucho antes de que hiciéramos el amor.

—Sí, pero... —llena de confusión, hizo una pausa—. Sólo cuando... cuando descubriste que no le había pertenecido a ningún hombre y cuando pensaste en la posibilidad de que quedara embarazada, cuando me hablaste de matrimonio...

—Porque tú dejaste muy claro que tenías tus ambiciones depositadas en otro lado. No quería asustarte y tenía la esperanza de que después de hacer el amor, podría convencerle de considerar el matrimonio a una luz más atractiva. Ese era mi plan original —emitió una risa amarga—. Entonces, cuando descubrí que habías preservado tu virginidad en contra de todas las tentaciones que, tuve la suficiente arrogancia y tontería para imaginarme que, como yo, tú también habías perdido el corazón... que yo era para ti alguien tan especial como tú lo eras para mí, y que deseabas compartir conmigo el resto de tu vida... por lo tanto, que el matrimonio era la conclusión obvia... ¡hasta que me sacaste de mi error!

______[tn] estaba tan asombrada, que no podía pronunciar ni una sola palabra. Si le hubiese dicho todas esas cosas la noche anterior, o quizá ese mismo día, pero antes... ya era demasiado tarde. No sólo porque su amor había disminuido o desaparecido tras la decepción sufrida, sino porque su equipaje ya iba camino al avión.

—Así que, mahtia mou, has logrado lo que sin duda te proponías: herirme con una gravedad cien veces mayor que el dolor que yo con tanta injusticia te infligí. Y... ¿quién podría culparte? —inclinó la cabeza y depositó sobre sus labios un beso fugaz, que la dejó hambrienta de mayores caricias—. ______[tn] , coge el dinero que te debo; fue un convenio comercial. Esto es un regalo personal —sacó un paquete de un bolsillo de su chaqueta y se lo puso entre las manos—. Espero que cuando llegues a casa se te conceda todo lo que deseas. Y ahora debes perdonarme si no me quedo más tiempo. ¡Las despedidas prolongadas me parecen muy tediosas! —se metió las manos en los bolsillos de sus pantalones, contempló a ______[tn] durante breves segundos, y antes de que ella pudiese emitir una sola palabra, se volvió y empezó a abrirse paso entre la multitud.

______[tn] se quedó allí parada, no se decidía a dar los pasos necesarios para dirigirse hacia la sala de espera para pasajeros. En lugar de ello, fue hacia el enorme restaurante situado al lado opuesto de donde ella se encontraba. No tenía hambre, y pidió café para tener el pretexto de sentarse en una de las mesas.

Justin había confesado que la amaba. Era todo lo que ______[tn] necesitaba saber, pero él no había esperado a que ella dijese nada. ¿Y si fuera a buscarle y le explicara los temores que la habían obligado a rechazarle? ¿La comprendería él, o sería demasiado grande el abismo que se había abierto entre ellos? Quizá debería dejar así las cosas, volver a Inglaterra, conseguir el tipo de trabajo que quería y retomar el hilo de su vida. Habría otros hombres... ¡Pero ninguno como Justin Bieber!

Casi sin pensarlo, desenvolvió el paquete que le había dado y emitió un jadeo de admiración al ver lo que contenía: un trozo de amatista. El cristal de color púrpura, cortado con mucha habilidad, representaba un mar agitado. En sus aguas, se encontraba un yate de enorme belleza. La nave estaba confeccionada en oro. Del casco se levantaba un esbelto mástil del cual surgían dos delgadas laminillas de oro que formaban las velas. La vela principal estaba hinchada, como si la azotara la fuerza del meltimi mismo. Anonadada, ______[tn] le dio la vuelta para ver lo que estaba escrito en la base, y entonces se quedó sin aliento. La inscripción estaba en griego, pero el alfabeto no representaba ya ninguna dificultad para ella. Con todo cuidado, pronunció las palabras para sí misma...

______[tn]... S'agapo... Justin. ¡S'agapo!... ¡Te amo!

¿Cuándo lo había comprado? Debió haberlo comprado y grabado en Heraclión... mucho antes de que hicieran el amor. Dios Santo, y ella, ¿qué hacía allí, a punto de irse de Creta? Ahora que sabía que la amaba de verdad, sólo había un lugar al que pudiera ir. Le haría comprender todas sus dudas y temores, y la forma en que se habían desvanecido. Ya estaba segura de su amor.

Cogió su maletín de mano, con mucho cuidado guardó el regalo, y se dirigió hacia la salida.

Pronto se encontró en el exterior y pudo aspirar el aire caliente y aromatizado. Una mirada a su reloj de pulsera le indicó que en el restaurante del aeropuerto había pasado más tiempo del que creía.

Abrió el bolso y buscó el monedero. Debía tener suficientes dracmas para volver a la villa, pero en ese momento se le ocurrió otra posibilidad; ¿no habría ido Justin al apartamento de Heraclión? Katina debería volver esa tarde, pero ______[tn] no tenía idea de a dónde iría. Consternada, se mordió el labio.

—¿Necesita ayuda? ¿Va a venir alguien a recogerla, o piensa coger taxi?

______[tn] se volvió, con el cuerpo vibrando de indiscreptible goce. ¡La había esperado! Era toda la prueba que necesitaba para saber que todavía tenía un lugar en su corazón.

—Alguien me espera —dijo echándose en los brazos de Justin.

—Nunca perdí la esperanza, yatáki mou —susurró él, cubriéndole la cara con ardientes besos—. Tenía que dejarte ir, pero esperaba que me dieras otra oportunidad de ganarme tu amor. Me he sentado en el coche a esperar que saliera tu avión. Acababa de esfumarse mi última esperanza cuando te he visto —su voz estaba impregnada de emoción, cuando el rugido de las turbinas de un avión atrajo la atención de los dos hacia el cielo.

—Oh, Justin... ¡allí va mi equipaje! ¡Me he quedado sin ropa!

El echó atrás la cabeza y se rió de su preocupación.

—Dadas las circunstancias, te compraré lo que necesites... ¡Sin que te enfades porque pague yo! —en su rostro se formó una mueca traviesa—. Ahora debo insistir en que tus preferencias vayan después que mi deseo.

______[tn] también se rió.

—¿Es qué ha habido alguna vez que no ha sido así?

—Eso es algo a lo que debes responder por ti misma, yatáki.

—Sí, Justin —dijo tras una pausa en la que fingió meditar sus palabras, con el rostro resplandeciente de felicidad y la voz impregnada de sinceridad para que él pudiese leer en su repuesta el cumplimiento de sus sueños —. Confieso que ha habido veces en que mis preferencias y tus deseos se han encontrado en terreno común —entonces por si Justin no había captado bien el mensaje, le miró a los ojos antes de volver a hablar—. Te amo, Justin, y deseo aceptar el reto que me ofreces... si el puesto aún está vacante.

—Lo está —le aseguró él—. Oh, sí yineka mou.

—¿Yineka? —______[tn] repitió la palabra; recordaba haberla oído alguna vez, pero no su significado.

Justin sonrió.

—Mi esposa, mi mujer... —tradujo con suavidad, y luego le impidió hacer más preguntas, sellando sus labios con los suyos.

Fin

La mujer de nadie(terminada) Justin y tn_.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora