En otra vida

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El pasto bajo mis manos picaba un poco, pero eso no me importó. La vista frente a mí seguía resultándome de lo más maravillosa como el primer día que las murallas cayeron.

El suave viento acariciaba mi rostro e incluso, me atrevería a decir que mi alma también.

Tres años.

Hoy se cumplen tres años desde tu partida.

No.

Desde que te hice partir.

Pero no me arrepiento de eso, Eren, sino que me arrepiento de no haber encontrado otra salida.

Aquí sentada al lado de tu tumba, vuelvo a pensar en las memorias de nuestra otra vida y mi pecho se contrae, mas no sé si por la tristeza, la nostalgia o la añoranza de volver a vivirla.

Giro mi cabeza hacia el tronco del árbol, específicamente al lugar donde, junto con Armin, tallamos nuestros nombres. Una de las tantas cosas que prueban tu presencia en el mundo, además del retumbar, los Jaegeristas y nuestros recuerdos de ti.

Hace tres años, cuando vine a enterrar tu cabeza bajo este árbol, aquel árbol en el que tanto amabas descansar, creí que sería exiliada de la Isla, pues decidí quedarme y vivir en nuestra antigua casa.

Sin embargo, los Jaegeristas no permitieron que la gente del pueblo que te aclamaba me pusieran una mano encima y junto a Historia, me permitieron quedarme en casa.

Me dijeron que les habías encomendado mi protección aún tras tu muerte.

¿Cómo debí reaccionar a esto, Eren?

¿Cómo debí reaccionar ante todo lo que hiciste por mí y los demás, y que no estuvieras a mi lado, viviendo juntos como antes?

Porque me prometiste que ambos regresaríamos a vivir junto, como antes. Con la diferencia de que tus padres y Hannes ya no estarían con nosotros, pero que los recordaríamos.

Fue difícil para mí los primeros meses. Las pesadillas me atormentaba por las noches y las dudas de si había otra manera no me permitían comer sin vomitarlo a los minutos.

Historia por un momento creyó en un embarazo, pero riendo le expliqué que jamás hubo un contacto físico entre nosotros, ni siquiera un beso.

Por más que lo anhelé, jamás fuimos más allá del trato fraternal.

Gaby y Falco fueron de gran ayuda para mi sanación. Me escribían cartas cada que podían, usando nombres falsos. De alguna forma, ellos me recordaban a nosotros y me prometí perdonarme, no quería pasar el resto de mi vida sumida en mi depresión, no cuando aún tenía personas por las cuales vivir.

La señora Kiyomi no me presionó para tomar el cargo del clan. Ella, comprensiva, me dio mi tiempo y espacio para poder tener mi duelo como era debido y no sólo por ti, sino por todos los que perdí en mi vida.

Cuando mi mente dejó de culparme, pude sentir como un gran peso se quitaba de mis hombros y por primera vez en años, pude respirar en paz.

Por primera vez en años, pude ser libre.

Habías luchado y muerto por mi libertad, y yo no pensaba pagarte con mi rendición. No quería morir, porque si lo hacía, no podría recordarte y el no poder hacerlo, me habría resultado peor que la muerte.

Hoy Armin y los demás vendrán a casa, no los volví a ver desde que me fui de dónde te derrotamos y llegué a la Isla. Me siento feliz de que ya no perderé a mi mejor amigo por la maldición de Ymir.

— Eren, pronto vendrán todos a verte... — mi mirada se posó en tu lápida y la acaricié. — ¿No estás feliz?

Miré hacia el horizonte y el recuerdo de una yo de 10 años viéndote llegó a mi mente, revolviendo mi estómago nuevamente. Una lágrima bajo por mi mejilla mientras un extremo de la bufanda caía de mi hombro.

De párrafo en párrafo • Editando, PausadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora