Colores (2/15)

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Desde que tiene uso de razón, Eren ha tenido un solo deseo: Poder ver los colores.
Porque le tocó nacer en un mundo donde solo puedes verlos si entras en contacto con tu alma gemela, ya sea un ligero roce de manos o un contacto de labios, lo cual solo dura lo que dure el contacto físico.

Creyó que su deseo podría hacerse realidad cuando conoció a Annie, quedó tan enamorado de ella que se hizo a la idea que ella era su alma gemela.

Grande fue su decepción cuando le tomó de la mano, siguió viendo todo a escala grises; pero a diferencia suya, Annie no le toma mucha importancia a eso.

Eren se había prometido no volver a enamorarse, no quería llevarse otra decepción al haberse creado ilusiones.

Pero no, parece que es una ley obligatoria querer de más a alguien, eso es lo que empezó a pensar cuando la conoció a ella...

Mikasa Ackerman, el nombre y apellido a quienes van dedicados aquellos sonrojos.

Todavía recuerda el día en que la conoció, lo cual no fue nada agradable para ninguno de los dos.
Ese día, el la salvó de ser vendida al mercado negro por los secuestradores y asesinos de sus padres.

Todavía puede ver aquel líquido rojo –para su padre– y gris oscuro –para él–, emanando de aquellas puñaladas que les dió a dos de ellos, encargándose Mikasa del tercero.

Desde ese día, ambos se volvieron inseparables, más nunca le ha tomado de la mano o besado, pues no quiere llevarse otra decepción, no con ella.

Eres sabe que siente algo muy fuerte por Mikasa, pues le recuerda a como fue con Annie, pero esta vez es diferente, más intenso, más puro e inocente.

— Eren... — escucha decir de su amada azabache. — ¿Quieres jugar? — le extiende la mano.

En situaciones así, trata de disimular el no querer contacto físico, puesto a que sabía que la lastimaría...

— ¿A qué jugamos, Mikasa? — se levantó sin aceptar su mano, cosa que entristeció a la infante.

... Pero aún así, veía dolor en sus ojos todas esas veces.

— A decir la verdad. — exclamó. — Yo empiezo. — hizo una mueca pensativa. — Tu mamá cocina muy rico.

Eren sonrió, esa era una verdad muy linda.

— Solo cuando no se le quema. — Listo, esa fue su verdad. — ¿Cuáles son las reglas?

— Decir verdades hasta que dejemos sin habla al otro. — calló unos segundos. — ¡Ah! Si no decimos la verdad, podemos hacer las preguntas que queramos hasta sacarla.

— ¡Wow! — exclamó sorprendido. — ¡¿Dónde aprendiste eso?!

— Armin me lo contó. — confesó. — Te toca.

— Tramposa... A veces roncas.

— ¡Oye! — se quejó. — Creí que Armin era niña.

— Todos lo creímos.

— Me gustan los gatos.

— A mí me gustas tú... — después de eso, Mikasa y Eren quedaron en silencio ante tal revelación del niño.

Eren vió como las mejillas de Mikasa se engrisecían notablemente.

— A mí también... — desvió sus orbes grisáceas. — intentó tomar su mano, pero el castaño la apartó. — ¡Mentiroso!

— ¡Claro que no! — contestó.

— ¡Claro que sí! — infló sus cachetes. — ¡Si te gustara, me dejarías tomar tu mano! ¡Mentiroso!

— ¡¿Quieres que tome tu mano?! — frunció el ceño.

— ¡Sí!

— ¡Bien! — las entrelazó, pero ocurrió algo increíble.

Al tocarla, el mundo a su alrededor se llenó de colores que jamás había visto, sorprendiéndolo.

Volteó a ver a la pelinegra, encontrándose con no mucha diferencia, pues seguía viendo si cabello, ojos y piel igual, mas aquella bufanda negra que le regaló, se había vuelto roja.

Ambos soltaron sus manos de la sorpresa. — Wow...

De párrafo en párrafo • Editando, PausadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora