Capítulo 32

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Alexander Mackenzie

Mi corazón latió fuertemente al escuchar esas palabras salir de su boca. Mi estómago comenzó a sentirse raramente alborotado y cuando tomé su rostro uniendo nuestros labios, el fuego del amor volvió a recorrer mi cuerpo como lava ardiente.

Apreté su cuerpo al mío sintiendo el aplaste de sus senos en mi pecho. Sus brazos desnudos envolvieron mi torso mientras asaltaba su boca con la pasión desbordante que estaba sintiendo en ese momento. Nuestras lenguas se acariciaban y nuestras manos buscaban piel de la que aferrarse.

Después de unos minutos, separamos lentamente nuestros rostros con los latidos a mil y la respiración errática. Sus bellos ojos azules brillaban de deseo al igual que los míos y sabía que ansiaba tanto como yo seguir en lo de esta mañana.

—Entonces... ¿Aceptas mi regalo? — Susurré rogando para que dijera que sí.

—Acepto solo con una condición. — Impuso envolviendo mi cuello con sus brazos y acercándose a mi boca — Que no sea un regalo, sino un préstamo.

—Julieta... —Rechisté

—Alexander...

Nuestras miradas se enfrentaban en una inocua disputa en la que los dos queríamos ser victoriosos, pero no sería así. Al parecer había encontrado a alguien más testarudo que yo y, aun así, me encantaba.

—Está bien... — Dije viendo como su rostro se iluminó — ¡Pero...! —la interrumpí — Me lo devolverás cuando yo lo necesite.

Me alejé rápidamente de ella dejándola con la boca abierta. Sonreí mientras me dirigía a la cocina escuchando como Kiara había entrado y atrapando a Julieta para hablarle sobre sus diseños.

Preparé nuestro desayuno poniendo en el estéreo una canción motivadora. Los huevos en las tostadas, el café dulzón y la porción de frutillas ya estaban sobre la isla. Suspiré conforme y miré nuevamente en la dirección de ambas mujeres, encontrando a Kiara sacando hacia fuera del departamento los percheros con los vestidos.

—¡Hey! —Exclamé logrando que ambas féminas voltearan a verme — ¿Dónde llevas eso? —Pregunté arrugando el ceño y dirigiéndome a Kiara.

Quería que la jovencita que estaba caminando hacia mí tuviera lo mejor. Ella merecía lo mejor y si yo podía dárselo, se lo daría sin siquiera pensarlo.

—Se va hacia el departamento de Rose — Musitó Julieta sentándose frente a mí y admirando su desayuno con un atisbo de sonrisa. — No creerías que iba a dejar que vieras el vestido que me pondré mañana ¿No? — Dijo elevando una ceja.

Sonreí admirando el rostro angelical que tenía en frente de mí. —Está bien... como tú quieras, amor.

Y ahí estaba yo. Diciendo la palabra que por tanto tiempo desprecié, esa palabra que escondía el mayor de los sentimientos, ese sentimiento que nos hace tan fuertes, pero a la vez tan débiles, esa palabra que representa una constante presión en el pecho que te quita la respiración o esas estúpidas mariposas en el estómago. Esa palabra que para mí es inquebrantable, pero que para otros no vale nada.

Comimos en un agradable silencio sin dejar de observarnos. Recordé cuando la encontré en la sala del conserje buscando esa tarjeta que se le había caído cuando me vio haciendo cosas indebidas con Meredith o cuando prácticamente la obligué a ayudarme a descubrir quién le había mandado mis fotografías, y también recordé como es que eso pasó a ser lo último de mi lista de prioridades. Su inocencia me había embrujado sin que me diera cuenta... ella se robó mi corazón sin siquiera intentarlo.

Lo había vuelto a sentir absolutamente todo, no tenía idea de cuando ni donde, pero la mujer que tenía en frente hizo que cada muro que había construido alrededor de mi corazón se destruyese. Su inteligencia, su inocencia y su belleza me cautivaron de una manera que no podía explicar con palabras, pero lo que sí sabía, era que se sentía malditamente bien amar a alguien que te hace mejor de lo que eras.

El Fuego De Tu MiradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora