Capítulo 25

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Alexander Mackenzie

El lunes me desperté ansioso. No pude dormir en toda la noche pensando en ella... Todavía podía sentir el sabor de su boca mezclarse con el mío. Sus temblorosas manos sujetándose de mis hombros por mi avasalladora manera de reclamar sus labios. Quería todo... quería que todo lo de ella fuese mío. Su cuerpo, su alma, su mente, su todo.

Anhelaba tenerla cerca, anhelaba besar su preciosa boca las veces que yo quisiese, tocar su cuerpo, anhelaba que sus pensamientos fuesen solo para mí... anhelaba que fuera completamente mía.

Mía... mía... mía.

Esas palabras resonaban en mi mente como un himno... Mi inocente ángel ¿Qué es lo que me has hecho?

En un arrebato, le pedí al profesor Philips que llamara a Julieta a mi despacho. Habían pasado unas cuantas horas de mi llegada a la universidad y no podía resistirme a tenerla unos cuantos minutos cerca... Los lunes no me tocaba trabajar, pero para verla, vendría hasta los domingos si fuese necesario.

No tenía ninguna excusa... ya no las necesitaba. Si quería conquistarla, lo haría al puro estilo Mackenzie.

Sabía que mi pasado y parte de mi presente me condenaba totalmente a ser un ser despreciable, pero por Julieta estaba dispuesto a cambiar... tan solo porque fuese mía, haría mil y una de esas cursilerías que tanto detestaba... mandaría a pedir millones de rosas cortadas directamente del jardín de la reina Isabel, si es que eso me regalase un pedacito de su precioso corazón.

No podía negarlo... al comienzo la vi como una gran oportunidad de ganar esta segunda batalla contra Liam, pero ahora además de eso, quiero y deseo tenerla junto a mí.

No podía comprender cómo es que no se daba cuenta de lo que provocaba. Si tan solo pudiera verse a través de mis ojos, comprendería cuánto me enloquece... Su impresionante inocencia, su pasión por la historia griega y su magnífica belleza, hacían que mi interior se sintiera atraído a ella como una abeja a la miel.

Adoraba admirar la reacción de su cuerpo por mi tacto... mi cercanía enloquecía su mente tanto como ella a mí.

La estaba esperando pacientemente sentado en mi escritorio. La elegante pluma italiana que Rose me regaló para mi cumpleaños número 27, me ayudaba a rellenar un formulario que mi padre me había enviado por correo electrónico hace a penas 1 hora atrás.

Las cláusulas hablaban a cerca de la confidencialidad de Mackenzie Companies, el trato entre el personal, relaciones interpersonales, etc, sin embargo, cuando tocaron la puerta, toda mi concentración se fue a la nada.

Cuando su silueta se posó ante mis ojos, pensé que no podría resistir la velada de esta noche... mis manos picaban por volver a tenerla derritiéndose entre ellas, sin embargo, tenía todo preparado para convencer a mi precioso ángel, de que tomó una buena decisión eligiéndome a mí.

—Está muy hermosa el día de hoy —Alagué admirando esos ojos que tanto me enloquecían.

Sus mejillas se sonrojaron de inmediato, rompiendo nuestro contacto visual. Amaba obtener esas reacciones de su parte... adoraba su timidez, su inexperiencia, su inocencia. Adoraba poder ser yo el que corrompiera cada parte de su cuerpo y de su mente.

Me levanté de mi silla y rodeé el escritorio lentamente. Vi que su respiración se aceleraba a medida que me acercaba a ella... su rostro cabizbajo me hacía pensar en lo bien que nos adaptaríamos en el sexo. Yo dominándola y ella sometida a mí.

Me puse a su lado derecho y afirmé mi peso en la mesa. Estiré mi mano hacia su mentón haciendo que elevara su rostro hacia el mío... esos ojos que parecían el cielo me miraron grandes y atentos a lo que iba a hacer o a decir y me fue imposible no imaginarla de esa misma manera, pero con mi falo dentro de su cavidad oral.

El Fuego De Tu MiradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora