Capítulo 9

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No dejó de sostenerme hasta que llegamos a su despacho. Ahora sí que jamás podré olvidar su aroma. Mis piernas tiritaban, pero la razón principal no tenía nada que ver con el accidente.

Cuando entramos a su oficina me dejó en la primera silla que estaba más cercana.

 —Espérame un momento por favor— Desapareció en el baño, supongo que yendo a buscar el botiquín.

Admiré el espacio, era una oficina muy formal. No había fotografías, ni algún adorno... solo algunos cuadros de algún artista desconocido y unos cuantos estantes llenos de libros. 

Debería poner alguna planta, así luciría más cálido...

Mis pensamientos fueron interrumpidos cuando el profesor Alexander llegó con un pequeño botiquín de mano, lo dejó en su escritorio, el cual estaba a mi izquierda, y se puso a buscar lo necesario. 

La actitud de hace un rato había desaparecido totalmente, ahora estaba muy distante y apenas me miraba.

¿Qué fue lo que hice? 

Mis ojos trataban de buscar nuevamente los suyos, pero no lo logré.

—Esto dolerá mucho...— Me dijo seriamente mientras esparcía alcohol en una gasa.

—No es para tanto... cuando niña me caía siempre y llegaba a casa ocultando mis raspones para que no me regañaran— Le dije risueñamente tratando de devolverle la hermosa sonrisa que tenía hace un rato, sin éxito.

 Mis mejillas se sonrojaron al darme cuenta que fui completamente ignorada... La vergüenza se expandió hacia mi estómago provocando una sensación horrible.

Quizás se enojó al estar perdiendo tiempo conmigo en vez de ir al grupo de estudios Griegos. Yo preferiría ir mil veces a otro lado a estar cuidando a una estúpida alumna que no mira por dónde camina.

—Profesor, debe tener muchas cosas que hacer... déjeme aquí y yo me limpio las heridas. —Mi garganta estaba muy cerrada y mi corazón dolía. ¿Por qué soy tan estúpida? 

Luego de decirle eso estiré mi mano hacia su costado muy cerca de su mano, para que me pasara la gasa. Quedó mirando mi mano y luego se volteó hacia mí.

—La verdad no tengo nada que hacer, excepto desinfectar las heridas que yo te causé... Suspendí el taller hace 10 minutos.

Su rostro parecía molesto, no tenía ninguna arruga en el entrecejo pero su mirada era de totalmente de hielo. Me dolía su actitud, realmente pensaba que quería ser un amigo, más que un profesor, pero me equivoqué. Sentía cómo mil dagas traspasaban mi garganta al momento de pasar saliva.

Soy una tonta... ¿Qué esperabas? ¿Que te tratara igual a otra alumna que está con él en su cama todas las noches? 

Caminó un paso hacia mí y se agachó a mi costado derecho afirmando una rodilla en el piso. Tomó mi extremidad inferior y la puso en la pierna que estaba flexionada. Su mano en mi piel quemaba como fuego... no pude evitar que cada célula de mi cuerpo reaccionara a su tacto. Era como estar cerca de una chimenea.

Puso su mano izquierda detrás de mi pierna sosteniéndola, mientras su otra mano pasaba suavemente la gasa por mis raspones. Sentía como el calor iba creciendo en mi interior... imaginaba esas grandes manos recorriendo todo mi cuerpo, haciéndome sentir mujer por primera vez... robando el aire de mi garganta al presionar mi cuello, como lo vi haciéndolo con ella...

Cuando deslizó su mano por mi pantorrilla, casi muero. Respira Julieta... Respira. 

No sentía ningún dolor, su contacto parecía ser el mejor anestésico. Cuando terminó, se levantó a cambiar las gasas, mi corazón palpitaba demasiado rápido y trataba de ocultar que mi respiración estaba agitada, y por hacer esto, casi me desmayo. Necesitaba cada vez inspirar más aire.

El Fuego De Tu MiradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora