Cincuenta y cuatro

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Sostenía la mano de Lyon mientras caminaban de regreso

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Sostenía la mano de Lyon mientras caminaban de regreso. El festejo había agradable. Durante la comida todos parecían alegres, aunque no la conocían demasiado la habían tratado con mucho afecto y cariño como si fuesen de su propia familia por lo cuál no se sintió incómoda en ningún momento.

No podía durar hasta tarde, no era buena idea que se quedarán hasta el anochecer. La inseguridad había incrementado junto con las inconformidades contra la monarquía y forma de vivir. Al principio no se escuchaba tan comúnmente respecto a las juntas y planes que se hacían en Versalles en Berry, pero para ese momento ya podía escuchar gente hablando de eso en las calles y el pueblo pese a que no estuviesen allá.

No podía dejar de sonreír. Desde el momento en que lo había visto esperándola para la ceremonia había estado de esa forma.

Había sucedido, no como ella lo había pensado, había sido mucho mejor. Al pensar en su boda lo único que se le venía a la mente era muchos nobles en los asientos de la enorme iglesia y uno frente a ella poniéndole el anillo con el que pasaría toda su vida; en las fiestas a las que los invitarán, cuidando a sus hijos todo el día, tardes de té con las demás mujeres aristócratas y muchos escenarios más que le parecían aterradores.

La mano de Lyon la guió hasta un gran árbol que apenas era lo suficientemente iluminado como para distinguirlo. Al llegar allí, se giró y ella chocó levemente con su pecho. Terminó por verlo a sus ojos verdes y brillantes.

Las manos de Lyon viajaron hasta su cintura dónde la apegaron más a él. Una de ellas recorrió camino arriba hasta que pudo reposarla a un costado de su rostro haciendo que su pecho subiera y bajara con mayor rapidez. Cada toque de Lyon era demasiado para todos sus sentidos, era dulce, cómo si cada roce fuese completamente profundo.

Por instinto, posó ambas manos sobre su blanco cuello y sintió su rizado cabello rozando con sus dedos. El frío de la noche, la calidez de las manos de Lyon y sus labios con un amago de sonrisa, su rostro siendo iluminado por la poca luz que emitía la luna, su embriagador aroma. No tenía palabras para describir lo especial que era ese instante.

-Eres perfecta, esposa- dio una sonrisa sincera y reluciente.

Sintió como su respiración se atascó en sus pulmones al escucharlo. Imitó su sonrisa mientras sus mejillas se llenaron de color. Agradeció que el no pudiese notarlo por la luz.

Sabía que le gustaba decir la palabra "esposa". Y a ella le gustaba escucharla.

Ella acercó su rostro para terminar con la distancia sin importar que estuviesen en público. No había nadie quien los pudiese ver y tampoco pudo resistirse a hacerlo. Era melodioso y lento, como si el tiempo avanzara a su voluntad. Sus labios se movían al compás y sentía el viento chocando con su piel. Le recordó al primer beso que había tenido, que él le había dado. Pero ya no era sólo el chico que había conocido por casualidad, era con quien iba a pasar el resto de su vida.

Vestigios | Timothée ChalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora