Último

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Todo parecía suceder demasiado rápido. Muchas personas se reunían mirando hacia la Bastilla, estaban exaltados, con sus miradas firmes y decididas. Se acercaban a la entrada con prisa. Justo en la dirección en la que Lyon se había ido poco tiempo antes.

Volteó a ver a Aimeé, ella también estaba desorientada, aún con lágrimas en sus ojos. Su padre tenía los ojos entrecerrados, casi inconsciente. No podía hablar. Y aunque así lo quisiese iba a ser casi imposible ya que el ruido de la multitud y sus exclamaciones era lo único que se podía escuchar. La carreta oscilaba por todas las personas que avanzaban con velocidad.

Recordó lo que habían hablado en Berry de los levantamientos. Cruzaban miles de preguntas por su mente. ¿Qué pensaban hacer? ¿Qué sucedería después? ¿Qué debía hacer ella? ¿Debían de irse? ¿Debían de luchar?

No podía distinguir a Lyon entre tantas personas. Debía ir por él. Sabía que le había dicho que se quedara allí, pero no podía hacerlo cuándo él estaba expuesto ante el peligro. No sabía cómo iba a terminar todo aquello, pero era seguro que los soldados iban a salir y podían reconocerlo. Podían atacarlo junto con todos los demás. De sólo imaginar cualquiera de las posibilidades sentía un nudo en la garganta. Pero tampoco podía dejar a Aimeé sola, su padre estaba en malas condiciones y ella se encontraba vulnerable.

Cerró los ojos frustrada intentando saber que era lo que debía hacer. No sabía. No sabía que era lo correcto. Su corazón golpeaba en su pecho cómo un martillo. No podía pensar con claridad tampoco. ¿cómo hacerlo cuándo estaba en aquella situación?

—Clarisse— habló en voz fuerte para que pudiera escucharla.

Aimeé asintió dando una débil sonrisa, casi una mueca. No podía actuar de esa forma, no tenía las fuerzas suficientes para hacerlo. Pero quería que Clarisse estuviera tranquila respecto a ellos.

—Esta bien. Si quieres, ve por él. No te preocupes por nosotros.

Clarisse estaba dudosa. Sabía que cada segundo que pasaba, más personas llegaban y se aproximaban a responder al ataque. Estaba llena de frustración, quería que todo eso fuera un simple sueño del que se despertaría en cualquier comento. Pero no era así.

—¿Segura?— titubeó.

—Si, ve. Yo me quedaré aquí— limpió sus ojos con una de sus manos mientras la otra estaba en el hombro de su padre— Estamos lejos, no nos pasará nada.

Lyon se encontraba más cerca de todo el peligro. No podía dejarlo allí cuando se encontraban más cerca de poder estar juntos sin ninguna clase de miedo, lejos de Francia y de todos los problemas en los que estaban involucrados. Sabía que no era fuerte, ni ágil, pero prefería arriesgarse a que algo le sucediera.

Le dio una última mirada fugaz antes de bajar del carruaje con sus piernas trémulas al igual que sus manos. Dio un salto y tambaleó hasta que pudo recuperarse. Se recargó en la carreta unos segundos para poder tranquilizarse aunque eso era complicado. No había sosiego en medio de una situación así.

Pensaba cruzar la gran calle para poder llegar a la otra esquina y verlo en alguna parte. Debía encontrarlo pronto. Sin darse cuenta estaba siendo arrastrada por todo el tumulto en dirección a la Bastilla. Quiso resistirse pero la fuerza que ella podía ejercer era muy poca. Era casi como una pluma dejándose llevar por una ráfaga de viento.

En poco tiempo comenzó a sentirse mareada. Sus ojos viajaban de un lado a otro con la vista borrosa, tanto que solo podía distinguir siluetas y luces. Los cerró con la esperanza de recuperar sus cinco sentidos y se encogió frente a todos los demás. No era alta, no podía ver más allá, ni siquiera sabía en qué parte de la calle estaba ni a dónde tenía que ir.

Vestigios | Timothée ChalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora