Cuarenta y ocho

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-Lamento haber llegado sin previo aviso

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-Lamento haber llegado sin previo aviso.

Clarisse negó, no tenía porque disculparse. Le permitió pasar dentro. Gracias a Dios había dormido con un vestido ligero y no con camisola. Parecía agotado, era lógico cuando había viajado desde Versalles hasta Berry aunque aún no entendía la urgencia por hacerlo.

-Yo venía a decirles algo- se detuvo como si estuviese meditando cada palabra.

-¿Qué ocurre?- dijo Lyon con el ceño fruncido.

Hubo un silencio sepulcral, no quería presionarlo a hablar porque él también se veía algo distante. Sus manos estaban sudando y su corazón se aceleró notablemente.

-No sé cómo decirte esto, Lyon- negó- Es respecto a tu padre.

-¿Está bien? ¿Se enfermó?

Podía notar lo preocupado de su voz. Clarisse no sabía que hacer, tal vez debía irse y dejarlos hablando solos, podía ser algo muy personal pero aún así se quedó anclada al suelo.

Jean negó. Se preguntó a cuál de las dos preguntas se refería.

-Él... Murió, Lyon- su voz se cortó- Lo siento mucho.

Clarisse se volteó a verlo, angustiada por la noticia que le acababan de dar. No podía imaginarse lo que estaba sintiendo. La expresión de Lyon cambió de pronto a una completamente vulnerable, su mirada bajó hasta el suelo. Estaba pensando en un millón de cosas. Poco tiempo después vio cómo sus ojos comenzaron a cristalizarse y eso le rompió el corazón. Negó repetidas veces, incapaz de creer lo que le había dicho.

Se giró a ver a Clarisse, sintió un horrible sentimiento en el pecho por verlo de esa forma y no poder hacer nada para hacerlo sentir mejor.

Rodeo sus brazos en sus hombros para poder atraerlo y abrazarlo. Lyon de inmediato recargó su cabeza sobre su hombro ocultándose y se aferró a ella.

Jean bajó la mirada, al parecer a él también le había afectado el suceso.

Clarisse no sabía que hacer porque no había cosa en el mundo en este momento que lo hiciese dejar de sufrir. Ella odiaba verlo mal pero era su padre, aún cuando la pudiese odiar o a la relación que ellos tenían, seguía siendo quien lo había criado toda su vida.

Segundos después sintió algo húmedo en su hombro y como la apretó más a él. Supo de inmediato que estaba llorando.

Nunca lo había visto llorar y esperaba nunca volverlo a ver de esa forma porque de solo mirarlo, sentía un nudo en la garganta y un ardor en los ojos. Se obligó a ser fuerte, debía intentar consolarlo aunque no pensaba que fuese posible aliviar su dolor.

Lo acercó aún más, con más firmeza y tuvo que alzarse un poco para lograrlo. Acarició su espalda con delicadeza como él lo hacía con su cabello.

Vestigios | Timothée ChalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora