6. Una apuesta y un lamento.

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Me era imposible procesar todo, Maykol había desaparecido durante varios días, sin embargo, ahora estaba junto a mí, ladeando la cabeza de un lado a otro y jugando con mi cabello como niño pequeño.

—Maykol, ¿quién te hizo beber? —hablé con firmeza, no quería que notara lo mucho que me alegraba verlo, pese a las circunstancias.

—No me critiques —hizo un puchero.

—Maykol —respiré profundamente—, te voy a ayudar, pero primero necesito saber quién te hizo beber.

—Eso no es de tu incumbencia —se apartó de mí—. No eres mi madre, mucho menos alguien cercana a mí, no soy nada tuyo.

—Maykol —insistí—, necesito saber con quién...

—¿Qué harás? No me digas que la chica santa nunca probó algo en su vida —hizo énfasis en la oración completa.

—¡Dime quién diablos te dio esa porquería! —grité hastiada.

Él me miró sorprendido, como si lo dicho lo hubiera hecho reflexionar.

—No tengo ni la más mínima idea —agachó la cabeza y la recostó en mi hombro—. Por favor, ya tuve suficientes gritos durante la semana, no lo hagas, no me grites —expresó con melancolía.

—Me puedes dar tu dirección, tengo que llevarte a casa —hablé con mayor calma.

—No, no puedo dejar que mi madre me vea así, sería capaz de echarme de casa —creí que estaba bromeando, pero no había rastro de sonrisas en su rostro.

—De acuerdo, pero entonces, ¿a dónde te podría llevar? —lo miré a los ojos.

Así fue como terminé en mi casa escondiendo a Maykol en el cuarto de visitas.

—Buenas noches, papá —saludé contenta.

—¿Sucedió algo bueno? Resplandeces como una estrella, Rose —cuestionó acostándose en el sofá. Estaba sumamente cansado, lo cual me alegró aún más.

—Es mejor que descanses, debes de haber tenido un día agotador, como el gran gerente de una asombrosa empresa —lo acompañé a las escaleras rumbo a su habitación.

—Estas siendo muy atenta.

—Solo descubrí que... todos cometemos errores, así que por eso ahora intentaré mejorar, y quiero empezar por arreglar las cosas contigo —nos detuvimos frente a la puerta—. Quiero que nos llevemos bien, papá, te necesito en mi vida.

—Descuida, lo lograremos —pronunció bostezando e ingresó a aquella habitación color gris, llena de libros, un escritorio y cama sencillos. Volteé y fingí caminar a mi habitación, luego de algunos minutos, bajé la escalera de puntillas, llegué al cuarto de visitas y encendí las luces.

—Maykol —susurré.

—Aquí —contestó él, arrastrándose en el suelo al salir debajo de la cama. Seguía cubierto con la capucha de su casaca, posé mi mano derecha sobre su cabeza e intenté quitársela.

—No lo hagas —me detuvo.

—Tienes la ropa mojada, es normal que por lo menos quiera secar tu cabello —respondí. Tomó una bocanada de aire, dudó un poco y finalmente se quitó la capucha.

Maldición.

—¿En qué pensabas para teñirte el cabello? —resoplé.

—Lo hice en un momento de desesperación —respondió él—. Y la mujer que me atendió dijo que me veía muy bien.

—Esa mujer es una mentirosa —repliqué cruzando los brazos, aunque yo lo era aún más.

—¿Entonces no te gusta? —preguntó apoyando la cabeza en mi abdomen— Creí que te gustaban los chicos rebeldes, las mujeres los adoran.

El Veneno De La Cruel EternidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora