Vino Escarlata

Capitulo IV

Arco I.

Vino Escarlata

Capítulo 4

[...]

Eres un asesino.

La sangre es tan espesa, tan dulce como venosa, tanto que se vuelve adictiva.

Yo sólo deseaba tu muerte, pero tu me rogaste. Y al rogarme lo convertiste en todo un perfecto deleite.

Alma mentirosa y deudora.

[...]

El aire se esfumó y la chica tembló. El miedo la había vuelto su prisionera, los nervios la consumían de la manera más lenta y agónica posible. El temor asechaba su pecho, provocado que sintiera cierta presión en este, el aire se escaba de sus labios que temblaban ante cada palabra vociferada por el príncipe. En su cuello percibía un dolor decadente, como si las manos manchadas de sangre la estrangularan, cortando de su oxigeno.

De tantos escenarios posibles que se pudieron dar en futuro, que pudieron desarrollarse, pero no, tenía que ser ese. Uno dónde temía por su vida y lloraba por la sangre, rogaba porque la suya no fuera la pintará las manos blancas manos adornadas por brillantes anillos.

Lottie no dejaba de verlo, no era el mismo niño de 16 años que había conocido años atrás. No claro que no era el mismo, ahora era todo un sádico como ninguno otro, un asesino frio y sin corazón. Con veneno en lugar de sangre, y la venganza como fiel y ardiente bombéate. Sus fanales era la perdición de quién se atreviera a hacerle algo y la salvación de aquellos que llegaban de rodillas, en señal de respeto, demostrado que adoraban a su príncipe.

La alfa realmente hacía el intento por hablar, pensaba lo que diría y abría de su boca, pero de esta no salía nada, era como si le hubieran robado la voz...miedo...miedo...fiel ladrón de voz y asesino del aliento.

Harry no se movió en lo absoluto, se mantuvo en una posición pulcra y elegante. Sonriendo como nunca antes. El tener a su alma deudora temblando al borde de llorar, era algo que no planeaba superar. Los fanales de la chica parecían perdidos, no había un rastro del color que los pintaran, todo era oscurecido por su pupila temblorosa.

Los intentos de fonemas y sílabas prepotentes se adormecían en la garganta de la alfa y se desvanecían en el aire. Siendo arrastrados por la fresca brisa que acompañaban aquella velada sádica.

La chica no quitaba sus fanales del rizado, su traje estaba totalmente ensangrentado, sus manos y rostro mantenía hilos finos de un líquido escarlata, el cuál descendía con una lentitud demencial. Manchas plasmadas por su atroz acto. Su cabello estaba hecho un completo desastre, con hebras de cabello cayendo al rededor de su rostro, y en ocasiones cubriendo de su rostro. Descalzó con los pies teñidos de rojo, son sus pupilas dilatadas, con un iris inexistente, respirando de la manera más tranquila. 

De sus labios se escapaba el vaho, caliente y deletéreo; veneno puro.

Su postura era pulcra, mantenía su espalda erguida. Esto provocaba que los  sentidos de la alfa se atrofiaran, al grado de no percibir nada más que la imponente figura del omega.

Los minutos transcurrieron, lentos y dolorosos. Y la alfa entre el miedo y la cobardía apoderándose de su cuerpo, pudo notar algo singular en su vestimenta, destalles, telas, y entre sangre pudo saber porque se le hacía tan conocida, era la ropa de su hermano; Louis.