Capitulo XXIV

327 41 73
                                        

Arco II.

Vino Escarlata.

[...]

No olvides que soy lo que nunca vieron, y aún si soy lo que más amaron y lo que más extrañaron.

[...]

Era todo un deleite ver las tiras de humo gris y negro salir de los finos labios de su amado, le maravillaba ver las perfectas líneas convertirse en ondas que terminaban esparcidas por todo el lugar. Con la luz siendo destilada por el gran ventanal, siendo las ondas iluminadas y visibles para él. Con la brisa corrompiendo el sol, llevándolas a la profunda oscuridad dónde suelen perderse.

El humo qué los cigarros desprendían lo estaba ahogando, casi causándole dolor de cabeza, y unas inmensas ganas de vomitar. Por más que intentará retener la respiración unos cortos instantes para deshacerse del desagradable hedor, al final resultaba peor. Con su pecho buscando oxigeno volvía a inhalar de una forma brusca el humo.

Pasó su dedo índice por el la punta de su nariz, en un intentó que el hedor disminuyera, o por menos que no estornudara. Sus fanales lucían brillantes, más que de costumbre. Los hilos del fino verde se revolvían con los del dorado, formando un fina capa de esplendor.

El dorado se derretía por el calor que hacía latir su corazón, mientras que el verde era gélido como la misma nieve, ambos fundiéndose para volverse uno. Con el frío y calor haciendo corto circuito en su sistema, el vaho escapando de sus labios tembloroso al son de los fervientes latidos.

Las frondosas y batidas pestañas qué adornaban sus ojos caían con gracia sobre sus mejillas, rozando las casi inexistentes pecas qué su rostro poseía. El rubor coloreaba sus mejillas de un rojo intenso, las comisuras de sus labios se estriban hacía arriba. Esbozando una a perlada sonrisa.

Entre ocasiones soltaba cortas risas nerviosas, las cuales eran melodiosas y bastantes contagiosas. Sus perfectos hoyuelos marcados robaban la atención de quién lo viera. La felicidad que en esos momentos  sentía se plasmaba en su rostro de una manera angelical.

Una capa cristalina cubría de sus fanales, dando la ilusión de brillar cómo el espejo de la naturaleza ante el roce del astro rey. La tonalidad de sus ojos eran tan variada que cualquiera podría quedar anonado por la forma en que sus ojos eran envueltos por miles de luceros, con la excepción de que el era la preciosa luna; elegante, brillante, pero sobre todo única.

El contraste del rubí con la blancura de la luna era mezclado en el dulce del omega, una pintura jamás antes vista. 

Para evitar evidenciar su nerviosismo colocó sus manos detrás de su espalda. Sin embargó la emoción no quedaba del todo resuelta, ya que jugueteaba con sus anillos, con las yemas delineado cada pequeño detalle que ya conocía a la perfección, enviando escalofríos a cada vertebra que conformaba su columna. Tronando de ellos, incluso buscando cualquier imperfección que pudiera robarle un poco de atención.

Sus labios eran mordidos sin misericordia por el sentimiento que no podía retener. Sus blancos dientes aprisionaban la carne suave de su labio inferior, provocando que sangrara, y que se quejará al sentir el sabor metálico causado por el mismo.

El ardor que la masacrada carne parecía gustarle. Sin embargó se vio obligado a relamerse los labios en variadas ocasiones para no hacer obvio la acción, además que los hilos de sangre lo mancharía. Y es que las mordidas le dejaban con grandes cantidades de liquido escarlata en la boca.

La ilusión que le causaba la probabilidad de tener un bebé lo volvió risueño y adorable, con ese brillo maternal. 

A pesar de que su cuerpo era un desastre entre caos y nervios, y su cabeza un incertidumbre un tanto indescifrable, su corazón latía con fuerza, del sólo pensar en tener una pequeña replica de su amado lo hacía llorar.

Vino EscarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora