134 | El plan de Cole.

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"Un buen líder sabe cuando retirarse y cuando regresar, ese es su más valioso don"

"Un buen líder sabe cuando retirarse y cuando regresar, ese es su más valioso don"

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Volamos en aviones privados durante tres días diferentes. El último día es hora de nuestro viaje. Cualquiera pensaría que me he vuelto loca al traer a Ámber conmigo, pero dejarla sola de nuevo no es una opción. Sus llantos cuando volví tras el ataque a la ruleta y mi encuentro con Alex todavía martillean mi cabeza.

No le gusta estar lejos de mí, así que no tengo opción. Tampoco será un ataque a gran escala, por lo que en realidad no hay problema. Amber mueve sus pies, balanceándolos hacia adelante y hacia atrás. El helado que devora como si fuera el último en el mundo. Todavía recuerdo la videollamada que tuve que realizar con Vincent porque no creía que estaba viva.

El imbécil de Massimo le causó demasiados traumas. Más de los que ya tenía. Su nombre cruza mi mente. Él es el siguiente en mi lista de asesinatos a cometer, cuando acabe con la R.R el siguiente en perder su cabeza será él.

— Mamá, quiero ir a la playa.

Asiento.

Sebastian la mira con una sonrisa en su rostro, es su vigilante, es lo mínimo que puede hacer tras lo que le hizo a Alice. Ni siquiera le estoy dando un sueldo. Aunque él ha comprado los tres aviones en los que viajamos en vuelos intermitentes.

Camille suspira desde su lugar, la veo lidiando con mensajes y demás. Me doy cuenta de que ella odia estar al mando tanto como yo.

— Mamá, ¿cuando vamos a ir a visitar a mi papá?

Escupo toda el agua que estaba consumiendo. Sebastian me mira, extrañado.

— ¿Tu... padre?

— Massimo — dice, arrastrando sus palabras, como si estuviera cansada de decirlo.

Camille me extiende un pañuelo que tomo para luego devolvérselo.

— Ámber, ya te dije que Massimo no era tu padre.

Ella dibuja una mueca en su cara, idéntica a la que pongo cuando tengo un plato con brócoli delante.

— Sí es — insiste en un tono de voz alto.

Camille ríe a carcajadas desde su asiento, la veo asomar la cabeza por encima del respaldo y extender la mano para chocarla con la de Ámber.

— Adoramos a ese mafioso italiano, y nadie cambiará ese hecho.

Debo tomar una bocanada de aire y calmarme. Ámber me mira, desafiante.

— Está bien, como quieras.

— ¿Y cuando lo veré? Dijo que iba a comprarme un castillo.

— ¿Ah, si?

— Porque soy una princesa.

Sumisa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora