"El dolor que sentimos al ansiar un amor que no vamos a recibir, ¿quién puede explicarlo sin lágrimas?"
Las gotas del agua del grifo mal cerrado caen lentamente. Alice mira cómo me seco la cara con una toalla de papel. Arrojo la prueba de embarazo junto al papel en la basura tras abrir la tapa con el típico mecanismo automático que ponen en el suelo.
Ella busca algún rastro de expresión en mi rostro.
— ¿Todo... bien?
Asiento — todo bien — susurro, todavía me tiemblan las piernas.
Nos desplazamos al centro comercial más para comprar algunos adornos para el cabello, en la tarde vendrá una peluquera al hotel a prepararnos. Suspiro.
Jackson me saluda en la salida del baño.
— ¿Se encuentra bien, señora?
Sí.
— Todo bien — susurro — volvamos al hotel, quiero cambiarme.
Edmond está esperando a unos metros más atrás. Siempre me deja espacio suficiente para respirar, pero he visto a sus guardias patrullando alrededor del centro comercial vestidos de civil, e incluso debajo de la puerta del baño.
Sonrío.
Si el fuera el encargado de mantenerme en la mansión, en Nueva York, lo tendría difícil de verdad. Nos miramos por un segundo, Edmond agacha la cabeza y paso por su lado de camino al coche.
A diferencia de los que nos escoltan normalmente en Nueva York, se nota que Alex quiere llamar lo menos posible la atención al ponerme en un Audi negro bastante clásico. Alice se sienta a mi lado, me incomodan sus miradas, quiere preguntar, pero no lo hará. No es de su incumbencia tampoco.
El camino hacia el hotel es algo pesado. Cierro y abro mis manos sobre mi regazo. Casi estamos entrando en invierno. El frío debería ser una sensación agradable, sobretodo aquí, en París. Pero mi sangre hierve.
Quiero algo de agua, así que alargo mi mano hacia la ventana de cristal negro que nos separa de los hombre para pedirle detenernos en algún lugar a beber agua.
Las ruedas del coche chirrían en ese momento, escucho el impacto de nuestro coche contra algún objeto. Mi cabeza se va de frente contra el cristal, logro parar la mayor parte del impacto con las manos, el golpe es doloroso e incluso dobla mis muñecas.
— ¿Qué coño? — gruño.
La cabeza me da vueltas, a medida que me muevo todo a mi alrededor retumba, las luces, los asientos. Alice.
Ella me habla. Sus manos están zarandeándome. Abro más los ojos, recién logro escucharla de nuevo.
— ¡Están disparando! — chilla, agachándome en el asiento.
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Sumisa ©
RomanceLibro 1 Sumisa: Seduciendo al dragón rojo. #SAGAMENTIRAS Alex Deberaux había logrado tener un nombre en el bajo mundo junto al poder que siempre había ansiado. El dragón rojo era sin duda el sueño de muchas mujeres, y también su perdición. El apodo...