40 | Pastel

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"Seré el infierno más bonito que hayas visto"

Ángel.

— ¿Marido?

Alex eleva la vista y me ve, sus ojos se abren como dos grandes platos y se queda estático.

— ¡Maridito! — chillo, y me lanzo a sus brazos.

Alex me toma, como puede y me sostiene contra su cuerpo con bastante agilidad pese a balancearse algunos pasos. Mis piernas se enredan alrededor de su cintura y escucho el jadeo de dolor que sale de su boca mientras le beso por todas partes, pero no me importa, es su castigo por infiel.

James intenta intervenir, e incluso llama mi nombre, pero Alex lo detiene con un solo gesto. Sigo dándole besos por algunos segundos hasta que Alex se desespera, me toma por el mentón y une su boca con la mía.

He tenido que comer un montón de chicles de fresa para sacarme el sabor de menta de mi boca, pero ha valido la pena, cuando Alex se separa de mí, tiene una ancha sonrisa en sus labios. Con cuidado, él me baja al suelo y une su frente con la mía.

— ¿Estás bien, mi princesa?

— Sí — asiento, tomando su rostro entre mis manos en el proceso para poder examinarlo mejor.

No estaba llorando, no tiene restos de humedad en su mejilla. Sus ojos están rojos, pero no veo rastro alguno de lágrimas. ¿Me lo habré imaginado?

— ¿Dónde estabas? — me quejo — dijiste que vendrías pronto y son las seis de la mañana.

— Lo siento mucho — suspira, y, tirando de mi cintura, me encierra entre sus brazos, colocando su frente en  mi hombro — tendría que haber estado aquí — susurra, presionándome con más fuerza contra él.

Alex hace lo mismo todo el tiempo. Cada vez que necesita un descanso, utiliza mi hombro. Se siente extraño y cálido al mismo tiempo.

— Marido — murmuro, el sigue sin responderme — marido... — insisto.

— Qué pasa... — dice, arrastrando las palabras.

— Beau se está muriendo y quiere decirte sus últimas palabras — le explico, empujándolo lejos de mí, bueno, lo intento, porque apenas logro separarme de él algunos centímetros.

— ¿Dónde está ese bueno para nada?

Con una sonrisa en mi rostro, alargo mi mano hasta la corbata de Alex y la tomo entre mis dedos. Extrañamente, su corbata es lo único que se mantiene intacta, porque de su camisa echa a trizas solo conserva las mangas.

— ¡Señora! — exclama James, cuando ve lo que hago — ¡No puede hacer eso, el señor está herido!

— ¡James! — brama Alex, interrumpiéndonos a todos.

Su grito me hace detenerme, pero aún así, no suelto su corbata.

— Señor...

— Fuera de aquí — gruñe en un tono que jamás le había puesto poner — desaparece de mi vista.

Todo el mundo se queda inmóvil. James retrocede, hace una reverencia hacia ambos y se marcha. Mientras se va, le saco la lengua.

— Y tu, suelta mi corbata — me dice, girándose hacia mí.

— No — me niego.

Alex rueda los ojos, se acerca a mí, me alza en brazos y empieza a caminar conmigo en dirección a la sala.

— A ver, dónde está Beau.

— Está con mis chocolatitos — le digo, apuntando hacia el almacén de comida sigo hablando — por allí.

Sumisa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora