"El temor no es más que un recuerdo"
Ángel
No es posible librarse de un atacante con un cuchillo mientras estás de espaldas, concentrada en un delicioso pastel para tu marido. No es posible si no eres el Ángel Oscuro, en caso de serlo, solo debes rebanarle el cuello con la misma arma que pensaba utilizar contra ti.
— Tienes seis minutos antes de acabar de desangrarte y morir — le explico, susurrando porque si Beau llega hasta aquí, tendré que matarlo por escuchar lo que no debe — descubriré quién es tu familia, si tienes hijos o si existe alguien preciado en tu maldita existencia y los haré rogarme que los mate — le explico, por la expresión tenue de su cara puedo adivinar que en efecto, debe existir alguien en su vida capaz de crearle ese miedo — pero si me dices todo lo que quiero saber, los dejaré vivir.
Su respiración, pesada hasta ese momento, empieza a calmarse — la R.R me envió a infiltrarme en los hombres de Korostov, dijeron que tenía que saber si seguías viva. Que había rumores de que estabas aquí, en Nueva York.
Una risita se escapa de mis labios. Mi vista se desvía un segundo, hacia la alfombra blanca que se está manchando con su sangre. No quería crear este reguero, pero cuando lo atraje hasta aquí por si Beau regresaba a la cocina, el muy imbécil me atacó y no tuve opción más que manchar una de mis alfombras favoritas.
— Cualquiera podría saber eso, o suponerlo. Quiero saber quién sigue vivo, quiero saber quién está al mando. Quiero saber el maldito color del fondo de sus pupilas. ¿Comprendes?
Finalmente, el tipo asiente.
— Dimitri murió hace algunas semanas — explica, con el oxígeno empezando a faltarle en sus pulmones — el veneno que le administraste hace dos años... completó su... su función — jadeante, intenta levantarse varias veces del suelo, sin llegar a conseguirlo.
No recuerdo cómo, por mucho que trato de pensar en ello, no recuerdo cómo logré llegar al líder de la R.R. yo sola y administrarle una de mis creaciones, solo sé que lo logré. Recuerdo su cara cuando le inyecté el veneno. Y mi satisfacción al saber que sufriría la muerte más horrible y existente del planeta.
— Así que finalmente murió — me burlo — ¿Estaba llorando cuando lo hizo? — demando en un susurro, ante su silencio, insisto — ¿Lo estaba?
— Sí — jadea el hombre.
— ¿Y? ¿Qué más? — exijo — quién asumió el mando. ¿Quién tuvo los cojones?
— Reyan — explica — fue Reyan.
El tercer tipo al mando, si se le puede llamar así. Dimitri era el segundo. Y el primero... el primero era el tipo que ya casi tenía atrapado en mis redes cuando perdí el control de mí misma. De no haberlo hecho, probablemente toda esta mierda se habría acabado hace ya mucho tiempo.
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Sumisa ©
RomanceLibro 1 Sumisa: Seduciendo al dragón rojo. #SAGAMENTIRAS Alex Deberaux había logrado tener un nombre en el bajo mundo junto al poder que siempre había ansiado. El dragón rojo era sin duda el sueño de muchas mujeres, y también su perdición. El apodo...