Tambores de guerra.

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Xue Yang solo tenía ojos para XingChen, en su presencia el mundo se paraba y no existía, solo su imagen lo inundaba todo, volteaba su mundo arrasando todo a su paso. El poder que el daozhang tenía sobre él iba más allá del entendimiento. Solo él podía controlarlo, solo él con una sola mirada lo destrozaba o lo elevaba al cielo. XingChen era todo su universo, cada latido de su corazón era para el daozhang blanco, cada aliento cada segundo de su vida estaba consagrado a Xiao XingChen. Verle allí de pie, iluminado con los últimos rayos de la tormenta y empapado de la lluvia que ya comenzaba a aflojar, le dejaba sin fuerzas. No podía amarlo más.

XingChen no se había dado cuenta de que Xue Yang había llegado, miraba a Wang Jiang esperando alguna reacción para volver a golpearlo pero no se movía. Su secuestrador había recibido el último golpe en su cabeza y había quedado inconsciente en el suelo. Cuando estuvo seguro de que no se levantaría cambió su atención y entonces se encontró con la mirada de admiración de Xue Yang.

—Sabía que me buscarías—sonrió.

—Sabía que te encontraría.—Xue Yang se acercó hasta él y lo tomo en sus brazos para besarlo como si el mundo fuera a acabarse en ese momento.

Todo se había parado a su alrededor, nada importaba salvo aquel beso que volvía a unirlos, que desafiaba al destino que quería separarlos. También a ellos la lluvia les libró del barro, de los malos momentos, de la separación de igual manera que hacía con Yu Hao y Li Xian unos metros atrás.

—Eres perfecto, todo en ti es perfecto.

XingChen sonrió inocente ante aquellas palabras sinceras de Xue Yang. Para él, Xue Yang era el perfecto, conseguía llenar todo su mundo, le hacía inmensamente feliz y no podía perdirle más a la vida. No se alejaría nunca de él y quería de corazón formar su pequeña familia junto a Li Lian. Entonces la vida sería perfecta.

—¿Has encontrado a Li Xian? Le dije que se escondiera hasta que pudiera librarme de ese tipo.

—Yu Hao está con él ahora, no tienes de qué preocuparte. Has hecho todo lo necesario para mantenerle a salvo, nunca dudé de que lo conseguirías. ¿Tú te encuentras bien?—Xue Yang le tomaba de las mejillas mirando los arañazos que tenía.

—Solo algunos raspones y moratones, nada grave. Había cuatro hombres más vigilándonos. ¿Los habéis visto?

—Déjanos eso a nosotros, de todos modos cuando hemos llegado ya habías solucionado tu bastante—rio divertido sin dejar de darle pequeños besos. —Ve con Li Xian por si está herido, yo veré cómo has dejado a este.

—De acuerdo.

Xue Yang se aseguró de que XingChen se marchaba y luego se acercó al tipo del suelo que parecía empezaba a recuperarse. Cuando le vio la cara todo su cuerpo se paralizó. Era Wang Jiang, era el asesino de XingChen el que había estado persiguiendo a su daozhang para matarlo de nuevo. Lo había buscado hasta debajo de las piedras y no lo había encontrado y ahora estaba allí, esa rata había vuelto a intentar robarle a XingChen. La sangre comenzó a hervirle mientras Wang se llevaba la mano a la cabeza.

—Aquí estabas hijo de puta...

—¿Quién eres tú?—Wang todavía estaba mareado.

—Soy tu peor pesadilla. Agradece que solo pueda matarte porque XingChen está cerca. Pero ten por seguro que te arrancaría el corazón con una mano si pudiera y te sacaría la piel a tiras por solo haberle mirado.

Wang entendió hasta qué punto el médico era intocable. Aquel tipo tenía la mirada de un asesino sádico y cruel y no tenía dudas de que iba a acabar con su vida allí mismo. Intentó levantarse para defenderse pero Xue Yang le pisó el pecho y le retuvo en el suelo.

Redención 2. El Rey BlancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora