Escena extra 2:

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Chicago, Illinois.

Unos meses después.

VICENZO:

Si cinco años atrás me alguien me hubiera dicho que tendría cuatro hijos antes de llegar a los treinta, probablemente habría orinado en su cara de la risa. Ahora, sin embargo, mantengo a caos babeando contra mi pecho con su puño metido en la boca mientras cumplo con una de mis tareas como capo. Arlette y sus hermanos se encuentran actualizando su registro de vacunas con el especialista pediátrico en Seattle con el que se ven. Después de que tuvieran que mantenerme bajo control cuando hizo llorar a caos un par de semanas atrás cuando vino a Chicago, no fui invitado. Tiene múltiples especialidades y estudios que avalan su trabajo, pero en lo que a mí respecta es el peor médico por hacerla llorar.

Y un hombre muerto.

Eres un pequeño desastre ─susurro mientras limpio el chocolate blanco restante de sus manos, el cual ni mi madre ni Arlette le dejan comer, con una toalla de bebé que saco de su pañalera rosa brillante. Gavin la diseñó especialmente para ella y tiene compartimientos secretos que estremecerían a algunos debido a su contenido. Su niñera, Gabe, está con Arlette y Petrushka en Seattle, pero tanto su mamá como la anciana han instruido a la ex drogadicta masoquista para saber cómo utilizar cualquier arma que contenga en caso de emergencia. Llegó un punto en el que la rusa ya no pudo, por más que quisiera, con todos los niños de la mansión, así que se convirtió en su aprendiz dado que se niega a tocar la fortuna de Iván destinada a su hija─. Y mi muerte.

Lucrezia me mira con sus grandes ojos azules, expectante, una vez termino con ella. Está en una cangurera y agita constantemente sus pequeños pies cubiertos con calcetines en el aire. Usa un vestidito blanco con bordados y un sombrero de pescador del mismo color. De este sobresalen mechones de su cabello rubio ceniza, casi blanco, que crecen de manera irregular sobre su cabeza. Sigue luciendo como un adorable conejo exótico, no tanto como un bebé, pero es preciosa. Ante mis ojos, la niña más hermosa que alguna vez haya habido en la mafia.

Debido a lo controversial que fue, siguen llegando regalos debido a su nacimiento a nuestra casa. Beso sus regordetas manos hechas puños, haciéndola sonreír y emitir sonidos mientras babea porque ama tanto estar con su padre que si fuera por mí, la llevaría a todas partes. Su nombre y mi apellido cuelga de la pulsera igual a la de sus hermanos en su mano. Al igual que ellos, también tiene un rastreador en su cuerpo.

Tanto ella como Chiara, Valentino y Santino lloraron por días cuando se lo pusieron y fue la única vez que no me sentí culpable por ello. Para que fuera completamente ilocalizable, fueron sometidos a métodos quirúrgicos. Para complacer a la desquiciada obsesa del control de su madre, yo también lo hice. Arlette, por su parte, se niega a ponerse uno.

Y no es como si también pudiera drogarla para eso.

Después de arrojar la toalla húmeda sucia con chocolate al cubo de basura más cercano, me acerco a la radio que hice que trajeran y colocaran sobre la mesita metálica en la que dispusieron para mí el set habitual de instrumentos de tortura porque Lucrezia ama la música. En una estación suena Pretty Woman de Roy Robison y se la dedico a mi hija con los ojos antes de tomar un cuchillo de carnicero y dirigirme a los siete hombres colgados de cabeza frente a mí que cometieron el error de pensar que podrían vender su mercancía fuera de la Cosa Nostra.

Eso pudo haber sido así en cualquier parte del mundo, pero no en Chicago. Cuelgan de cabeza con sus pies atados juntos a una viga en el almacén industrial en el que nos encontramos, así que me agacho frente a su líder y lo miro fijamente con cuidado de que caos no se despierte ya que al escuchar la música, sus ojos empezaron a cerrarse y sus labios a sonreír, lo que también la hace un bebé sumamente extraño.

Vólkov © (Mafia Cavalli III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora